
Consejera, Teniente de alcalde, Susana
Para que esta Plaza se llame Ángel González
Fue necesario un ancho espacio.
Y un largo tiempo
De hombres de todo mar y toda tierra, y cuerpos y más cuerpos fundiéndose incesantes, surgió el poeta, el ciudadano, el artista, el académico, el ovetense, el asturiano más cabal y más humano, al que lloramos. Sus cenizas quedan junto a los suyos, resguardadas del viento que tanto temía su madre.
Ya habíamos hablado con Ángel de este homenaje municipal que fuimos retrasando. Hubo incluso un tiempo que, con el buril de Joaquín Rubio Camín, quisimos unir los nombres de los poetas de Oviedo, Ángel, Bousoño, García Nieto…También Gamoneda. Con los que paseamos por Veusta a la búsqueda de solar. La ciudad bien novelada, que diría Emilio Alarcos, tenía también cuatro ases de la poesía.
Aquello no procedió.
En poesía no se puede unir lo que no está unido en absoluto de forma natural. Los versos no se domeñan. Chirrían las músicas a quien lo pretende. Los brillos eran muy distintos. Nos fue dado, no obstante, colocar efímera y sucesivamente los versos en las rodajas de un negrillo viejo y enfermo, tronchado por la nieve que ya apenas nos visita. Pepe García Nieto dio un paso al frente:”¡Cuidado con el cementerio de los poetas muertos!”.
Correspondía entrar en el callejero cada cuál con, y por, su íntima palabra sobre palabra. La Corporación, Señor Teniente de Alcalde, lo comprendió bien. El nombre de Ángel sobre esta placa rompe con la enloquecida fuerza del desaliento, al oeste de la ciudad cero. El Oeste, en que creció y vivió el poeta se fue extendiendo hasta aquí, el Vallobín, donde el poeta conoció a tantos ferroviarios, los hierros de la vía, la falda del Naranco, el Parque Puri Tomás que Ángel nos inauguró como oficiante mayor, acompañado de Juan Marsé y Manolo LOMBARDERO, en la mañana de un sábado como hoy.
Gracias a todos los que, incondicionales de Ángel, habéis conocido esta ciudad a través suyo, que es y no es ya exactamente la suya pues Ángel se revelaba contra algunos cambios, unos inevitables, otros, a su juicio, no tanto.
Especialmente gracias a Susana Rivera, su mujer, su amor, tan comprometida en mantener que la huella de Ángel siga pesando sobre el suelo y sus versos se agarren a nuestras almas, reconfortadas por la presencia de tan buena gente que ha venido con su auxilio espiritual heterodoxo, a despedir al español más libre que jamás hemos conocido.
Para que esta Plaza se llame, en definitiva, Ángel González hubo de terminarse una cierta lucha contra el viento y los caminos que no llevaban a ningún sitio encontraran, en el almario de la “capital de provincia”, algún sentido al éxito de todos los fracasos. Es el último guiño del poeta que vino a despedir sus raíces con el anuncio del año nuevo pero luego prometió vivir hasta el próximo 9 ó 16 de Febrero, dentro de dos o tres semanas, para cumplir, con proverbial cortesía, la cita que tenía aquí mismo apalabrada. Hubimos, pues, de venir nosotros todos por él, al lado de Susana, y luego estarán otros y otros y otros más en el viaje milenario de la carne sobreviviendo y manteniendo el honor de tener este nombre de poeta, unido a su ciudad que fue cero y que hoy, en la medida que es suya, tiene unas gotas de su infinito.
Ángel González, nuestro As de Oros.
Gracias Ayuntamiento, gracias amigos todos.