lunes, 11 de julio de 2005

Minas antipersona

Hace ya tiempo propuse para el Premio Príncipe de Asturias a Quique Figaredo, el "obispo de las sillas de ruedas". Jesuita, obispo de Battambang (Camboya) ha conseguido cambiar la vida a cientos de personas que se encontraban postradas, mutiladas e inmóviles como consecuencia de la explosión de las abundantes minas antipersonas que quedan todavía a pocos centímetros de la superficie del bello y convulso país del Imperio Jemer. Gracias a la pequeña fábrica que ha montado en Banteay Prieb, y cuyos obreros son asimismo mutilados, muchos han pasado de ver la vida desde el suelo a verla desde una postura más humana.

Trascendental hito en la eliminación de las minas antipersona fue la Convención de Ottawa de 1997, firmada por 144 países, que las prohibió. Este tratado establecía la obligación de destrucción del stock pendiente, limpieza de las zonas minadas y ayuda a las víctimas. Sin embargo, quedan todavía estados que no la han firmado (Egipto, Israel, Rusia, Estados Unidos y Finlandia,...). Desde aquí, Bruselas, en el Parlamento Europeo, se ha intentado avanzar en la erradicación de esta. Se escucharon y debatieron los argumentos de algunos países que todavía las producen y se subrayó que las minas antipersonas, además de un problema de vida y salud, constituyen un grave obstáculo para el desarrollo. Países muy minados, como Afganistán o Angola, no pueden desarrollarse plenamente hasta que no se desminen completamente.

La eurodiputada portuguesa Ana Gomes, tenaz defensora de la causa saharaui, destacó la responsabilidad de los países productores de estos artefactos mortíferos. Denunció la situación de Marruecos, que no ha firmado la Convención de Ottawa y hace uso sistemático de estos explosivos en su ocupación ilegal del Sáhara Occidental.

Aquí, en Bruselas, nos hemos vuelto a acordar del obispo gijonés.

lunes, 4 de julio de 2005

Blair/Brown

El discurso de Tony Blair ante el Parlamento Europeo, aquí en Bruselas, el 23 de junio de 2005 ha tenido una extraordinaria repercusión. Todos los periódicos europeos abrieron con su imagen. En estas páginas, Pedro Silva llegó a compararle, no sé si en exceso, con la Thatcher: "el mismo pescado aunque sin espinas". Se ha hablado por doquier de la "tercera vía", del fardo de la PAC, del parón constitucional, del "cheque británico", del contraste con el discurso anterior del luxemburgués Juncker... Tony, con brillantez, hizo un canto a la solidaridad con los países más pobres de África y, a base de utilizar a los sparrings euroescépticos de la Cámara, hizo manifestaciones de europeísmo, si no siempre convincente, al menos bien escenificado. Tuvo que resistir también ataques a la guerra de Iraq, a su ausencia del euro y a la contradicción de reducir los presupuestos y, simultáneamente, apostar por la ampliación, incluida Turquía.

Las palabras y los hechos del inquilino de Downing Street darán que hablar mucho, pero, ¿por cuánto tiempo ese inquilinato? Sus compañeros laboristas nos habían asegurado que se retiraría con la Constitución: si se aprobaba, con el éxito, y también si salía "no", con la cabeza gacha. Ese era el pretexto, pues las divergencias con su partido son más profundas, incluso con el electorado (la distribución zonal de los votos y la falta de liderazgo tory le salvaron). Pero ahora ya no hay Constitución a corto plazo y es como si Tony hubiera encontrado en su polémica con el eje París-Berlín, y otras derivadas, motivos que le harán resurgir ante los suyos, neutralizar heridas de guerra y dejar huella histórica.

A mi lado, un diputado, identificado con Gordon Brown, llamado a sustituir a Blair, no aplaudió en las muchas interrupciones que tuvo el discurso del premier. En cambio lo hizo con otros intervinientes, entre ellos el liberal Watson que pronunció la muy significativa frase crítica: " La Gran Bretaña busca una Europa británica, no una Gran Bretaña europea".

Es evidente que Blair busca partidarios fuera del Reino Unido, ¿pero allí los tiene realmente a puñados? ¿No se consideran sus éxitos en materia de distribución de la renta, de educación y de sanidad como atribuibles a Brown y no tanto a él mismo? ¿No será aún menos europeísta Gordon que Tony? Si brownistas no ovacionan, ¿es porque dudan ahora de que vaya realmente a dejar pronto el numero 10 de Downing Street o porque temen quizá esa nueva política presentada con la coherencia, audacia y naturalidad que expuso aquí, en Bruselas?