
En mi tiempo de estudiante, en el Sur de Inglaterra, seguí en el verano del 66 casi todos los partidos de Santana en Wimbledon. En una de las eliminatorias frente a Wilson, un jugador, veterano local, muy querido en la isla. Wilson se lesionó la rodilla en el tercer juego del segundo set cuando llevaba una parcial ventaja. Nuestro Santana saltó espectacularmente la red siendo el primero en auxiliarle. No había muchos espectadores pero el rancio Daily Mail destacó en primera el gesto. Luego, ya durante todo el campeonato, incluida la final con Dennis Ralston, el público se volcaba con Manolo. Nuestro campeón hacía gala de las primeras reglas del tenis, que figuraban en todas las licencias, la primera era saber perder, la segunda ganar sin humillar. Más adelante todos recordamos a McEnroe y otros maleducados deportistas que, no obstante, siempre contrastaron con los más clásicos y respetuosos, por ejemplo el sueco Willander que hizo memorable un punto de partido, cantado a su favor por el juez de silla aunque había sido fuera. Willander entre la sorpresa del público calvinista de Ginebra se negó a beneficiarse del error arbitral y propuso -y obtuvo insistentemente- la continuación del match. Ahora tenemos al campeón de campeones, a un Nadal que, con su esfuerzo, su coraje, su talento, su sencillez y su fair play se ha hecho con el mundo.
En los Jurados del Premio Príncipe de Asturias creo sinceramente que cometimos -lo digo, al menos, cuando yo era miembro- algún yerro. Esta vez el acierto es pleno. Nadal es el tipo de persona en el que pensé, representante de los valores del deporte, cuando propuse, en mi tiempo de Alcalde, a Samaranch y Graciano García la creación de galardón al Deporte. Era la novedad que se unía a los de la Concordia, la Ciencia, el Arte, la Cooperación Internacional...
Nadal es un ejemplo para la juventud y la sociedad. Un buen Premio.