“Hay que subir para ver desde lo alto la Antártida, Nueva York y Mieres”
Tom Fernández, “La torre de Suso”
He sido emplazado ya varias veces en la resucitada polémica sobre el nomenclator ovetense, incluso con alguna vesania se ha sacado a colación el nombre de mi padre como si determinada interpretación, más que rigorista, de la Ley de Memoria Histórica en tramitación afectase al que fue tan buen ciudadano y Alcalde. En lo que a mi familia concierne no nos daremos por aludidos sea cuál sea la pretensión municipal, siempre legítima. Las disposiciones, en el Estado de Derecho, están para cumplirlas y también las de nuestro Ayuntamiento sobre “honores y distinciones”. Sentada esta obviedad, algún “historiador”-de cuya amistad personal y de la pasada colaboración historiográfica me honro- me tacha de una supuesta pasividad en mi tiempo de Alcalde, lo que me obliga a aclarar lo ocurrido, pues mi memoria, hasta la más próxima, se ha salvado de los dos pitonazos cardiovasculares que ha sufrido, indemnidad recordatoria que se convierte ahora en testimonio ineludible. Digo, pues, de pasividad nada de nada: lo que hice, por acción u omisión, fue plenamente meditado, debatido y consensuado en cuanto a los actos corporativos siendo de mi exclusiva responsabilidad los decretos que correspondieron al ámbito estricto de la Alcaldía. En el desarrollo de esa función ordené retirar de inmediato los bustos del Coronel Aranda y del Comandante Caballero que, junto al del Conde de Toreno, adornaban la escalera principal del Consistorio, razonando sin ninguna publicidad que no quería ser recibido como Alcalde constitucional con semejante e inadecuada compañía. Resultó curioso constatar que la oposición no lo apreció hasta que Don Gabino Díaz Merchán lo notase en la llamada recepción “de las fresas”. Luego, lo que exigía obra de albañilería, mandé retirar las placas que, a la entrada del Salón de Plenos, aludían a las columnas “liberadoras”, contra cuyo decreto se manifestó una oposición apenas audible ni convencida. De aquel primer momento se libró alguna otra inscripción por estar más desplazada y no ser, entonces, legible. A la hora de encarar el callejero resultaba que, además de no ser tema de actualidad política en la segunda corporación democrática, la primera había procedido a suprimir las principales nominaciones de Franco y José Antonio con un criterio que si bien dejaba a salvo al Coronel Yagüe, aluda mi querido Ernesto Conde a lo que quiera, y otros beligerantes manchados de sangre, no era cuestión de reabrir por cuestión ya debatida poco antes. De todas aquellas cavilaciones fueron partícipes los portavoces Luis Riera y Aurora Puente, cuyos colaboradores de entonces no me desdecirán, junto a Avelino Martínez y los demás concejales. No había, como hoy, Junta de Portavoces pero sí se concluyó consenso en un momento político delicado pues siempre fui consciente de la exigua mayoría política y social del socialismo ovetense. Esa segunda corporación tenía la circunstancia de que en la minoría popular eran mayoría los miembros procedentes de familias que habían estado en el bando republicano, mientras que en el PSOE nos ocurría al revés, la mayoría de nuestros progenitores había, casual o voluntariamente, estado en el bien o mal llamado bando nacional. Optamos por dejar las cosas como ya estaban en la Corporación democrática que presidió Luis Riera. Es cierto, sin embargo, que el callejero seguía, y sigue, clara e injustamente desequilibrado. Se adoptó también el criterio de que las nuevas calles bautizadas no tuviesen denominación anterior. Simultáneamente agradecí, en esas calendas, a la derecha municipal el gesto abierto de admitir de inmediato las iniciativas de nombres políticos históricos como José Maldonado, que inauguró él mismo su propia calle con apoyo unánime, Indalecio Prieto, Manuel Llaneza, Alcalde López Mulero, Purificación Tomás, Teodomiro Menéndez, Salvador Allende, Veneranda Manzano, el comunista Isidoro Acevedo, el anarquista Winter Blanco y otros, así como los claramente progresistas Grande Covián, Orlando Pelayo, Emilio Rodríguez Vigil, Pedro Caravia, Dolores Medio, Amalio Telenti, Luis Fernández…Nadie se dirigió a mí instando otro cambio, salvo un exabrupto de quien solicitaba, como dice la juventud, “by the face” que la calle Indalecio Prieto no fuera de nueva creación sino la que llevaba el nombre de mi padre desde 1963. En algún acta de la Comisión Permanente- ya sé que es inútil referirse a actas o a hemerotecas para quien quiere ver las cosas solo desde su óptica acomplejada o sectaria- constará mi intervención acerca de que el heroísmo reconocido por un Ayuntamiento anterior de Aranda, Rodríguez Cabeza o Caballero no deberían mantenerse sino se hace a Liarte Lausín o al Comandante Ros. Digamos a las claras que pocos entendieron entonces, y no sé si ahora, que me refería al Gobernador Civil, que gritó “¡Viva la República!” en el momento de ser detenido en la tarde noche del 19 de Julio y al Jefe de Asalto que resistió, en Santa Clara, leal al régimen constitucional, hasta la mañana del 20 Ros y Liarte eran nuevos en la plaza, sin apenas arraigo profesional o familiar, lo que ha contribuido a su olvido casi total. Estoy haciendo ver que si hay quien se cuelga medallas de historiador, no olvidará mis trabajos de campo sobre ese periodo convulso, algunos editados, cuando eran novedosos, por profesores de tanto prestigio como Tuñón de Lara o Gustavo Bueno. Tenía yo 25 años, lo que simplemente prueba que me interesaron siempre extraordinariamente estos temas y que actué con conocimiento de causa.
Si hay cambio de criterio consensuado, respondiendo al paso y a la luz del tiempo o de la ley, me alegraría pues alguna cuestión medular sí quedó pendiente. Así, y como también he escrito de forma incontrovertible, debo recordar que Juan de Avalos hizo el monumento a Franco como alegoría a la Paz para que con la democracia pudiera simplemente retirarse el medallón sin afectar al conjunto escultórico. Aunque yo lo tuviese muy claro, su retirada me fue únicamente pedida por el portavoz del CDS en la Junta General del Principado sin que su grupo municipal insistiera luego en el acuerdo por el que se me permitió acceder a la Alcaldía por segunda vez al frente de una Corporación en que CDS y PP sumaban mayoría cualificada y la exhibían frecuentemente.
Estoy dispuesto a cualquier aclaración o contribución que no aporten las actas o las hemerotecas, o no sepan personalidades de tanta erudición ovetensista como Carmen Ruiz, Emilio Campos, Fernández Conde, Josefina Alarcos o cualquier otra, pero no vale la ignorancia atrevida referida a, por ejemplo, Dionisio Ridruejo, tan comprometido hasta la cárcel, la deportación y el contubernio de Munich, con la transición democrática.
En cualquier caso estamos ante tema menor dentro de la memoria histórica, donde hay muchos símbolos y signos visibles o referencias a un solo bando en guerra. Sin nada que ver con la guerra incivil, en el callejero de la ciudad hay un atropello que se planea en la Monxina con la destrucción del “Parque Enrique Quirós Montes de Oca”. Enrique fue un joven generoso, Jefe del servicio de jardinería, cuyo parque debería recordarle sin perder ni un metro de zona verde.