sábado, 15 de febrero de 2014

¡Alabado sea Dios!









En la niñez, Sor Ángeles, de las llamadas "Siervas de Jesús de la Caridad", que cuidaba las insomnes noches enfermas de mi abuela, me convenció que la breve jaculatoria "Sagrado Corazón de Jesús, ¡en vos confío!" producía automática indulgencia de 500 días, que podía aplicar a una de las ánimas a mi elección; poco después, al llegar al Colegio de los Dominicos, había impresa, en seis líneas, una oración al Nazareno, que otorgaba apenas "Cien días de indulgencia". En seguida se me produjo una contradicción que nunca logré conciliar: en el tiempo que silabeaba un indulto para una pena centenar, conseguía el equivalente a varios miles, por más que conservo en igual un entrañable respeto a mis preceptores escolares y a aquella bondadosa monjita.



La benéfica tranquilidad de que en el aeropuerto de Ranón, también conocido como Santiago del Monte, con tan buenos profesionales, no sucede nunca nada de particular, salvo el alarmante descenso de operaciones, se me rompió el pasado jueves, 6 de Febrero, cuando a mi regreso de Estrasburgo, vía Madrid, tuvimos un accidentado, mejor complicado, aterrizaje. A la larga no muy distinto de lo que sucede cotidianamente en Nuevo Sondica/Bilbao, en Funchal (Madeira) o en cualquier otro habitual de meteorología revuelta, o cortedad de pista.



Rugía el viento y en la oscuridad se distinguía un lejano incendio montañoso en forma de diadema rojigualda que también era bien indicativo de un invernal viento sur, del que habla Clarín en la segunda frase de La Regenta y debió asolar Oviedo en la trágica Nochebuena de 1521 en que apenas resistió un solo edificio civil, el bautizado luego como del Marqués de Santa Cruz de Marcenado, la probable casa ficcional de la Regenta.



Todo, no obstante, parecía normal hasta que tocamos tierra con cierto estruendo y un bote que nos dio un respingo al pasaje. Quien me suele ayudar con el servicio de sillas de ruedas me dijo luego que había quedado lívido viendo, a la altura del finger, cómo el ala izquierda rozaba, ladeada, la pista, lo que no había apreciado jamás en veinte años. Un bote como si la alargada y alada nave metálica fuese un balón de goma en manos del pivot Pau Gasol, pues el comandante, con peritos nervios de acero, subió el avión de nuevo a los aires. Dimos un par de vueltas completas volviendo a ver el pequeño incendio en el mismo sitio. Apenas recuperada la estabilidad el dicho comandante  dijo que lo intentaría en siete minutos y que de persistir el peligro de indomable viento racheado lo conjuraría regresando a Madrid.



Con exquisita puntualidad, volvimos, en efecto, a aproximarnos con parecido movimiento ventoso cuando justo antes de tocar tierra fueron audibles dos voces que venían, me pareció, de atrás, "¡Volvamos a Madrid!", que recogería la prensa al día siguiente, y otra, con marcado acento sudamericano: "¡Alabado sea Dios!".



Ángel González, nuestro poeta por excelencia, contaba cómo había despertado una mañana, tras una noche de copas en El Paraguas, en un banco de la Catedral y que al oír los cánticos latinos de la misa de los Sres. Canónigos, y apreciar sus casullas de ceremonial, creyó encontrarse en la entrada del cielo. El famoso título novelístico de Hemingway, corresponde a otro poeta, John Donne, preguntándose por quién dobla, en singular, la campana que doblaba por él mismo. A mí no me ocurrió tanto pero la invocación a la piedad divina, en supuesto pleno tránsito vital, de un convencido creyente, compañero de pasaje, me recordó a Sor Ángeles y su forma más práctica y concisa de eludir el fuego del Purgatorio, cuyas llamas no faltaron tampoco por un instante pues no hubo incendio alguno confirmado en las inmediaciones.



En cualquier caso, nada del aeropuerto astur me es ajeno; espero que tampoco a la autoridad que recorta pistas inopinadamente y desincentiva vuelos para viajar los asturianos y recibir visitantes, que buena falta harían. El muy genial Julio Gavito, que acaba de morir, emitía muchas chanzas de nuestro paisanaje empresarial que se pierde en el Kennedy neoyorquino; en cualquier caso, hay que volar y salir; para encontrar el sendero y quitarse el pelo de la Dehesa ya están otras brújulas de las que aprender.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta, marcho uma semana a Tanzania con nieto mayor.C

Anónimo dijo...

Este me ha gustado, hasta me has provocado un cosquilleo en la boca del estòmago con ese aterrizaje peligroso. L

Anónimo dijo...

Bueno, lo importante es que Aena está considerando otras alternativas, pero creo que la que más papeletas tiene es la rellenar gastándose 4m.
Esa solución es como matar moscas a cañonazos, y ya sí que es una decisión política.

Anónimo dijo...

No gastar a lo tonto, como en tiempos precrisis.

Tuviste una toma corta debido a viento racheado pero eso ¡ no se soluciona con 150 m de pista!

Desde luego, el aeropuerto, que siempre ha sido de lo más beligerante, está con el hacha de guerra . En algunas cosas les doy la razón pero no en esta! El
¡Y no tiene que ver con el PP, sino con una interpretación sobre la frangibilidad de los elementos del radioaltímetro dentro de la normativa vigente!

Anónimo dijo...

Está muy bien.
Recuerdo algún vuelo también épico. Uno Madrid Alicante entre rayos y turbulencias en el que también me encomendé a todo el séquito celestial; un aterrizaje en Ranón idéntico al que cuentas, y un Asturias París con Air France, avión pequeño, que parecía juguete en manos de las caprichosas manos del mismísimo Dios Eolo.C.Ll