sábado, 19 de enero de 2013

Quintín, el dinosaurio volador


Hace unos días, un helicóptero chinook del Ejército, que asocio por su ambivalencia, asistencial y bélica, a los tipo huey que inmortalizó Francis F. Coppola, rescataba los apreciables restos fósiles de un dinosaurio que llevaban, en el acantilado de Aranzón, Quintueles, Villaviciosa, la friolera de 152 millones de años, y otros breves catorce, estos velados por las dos espabiladas vecinas, Victoria Álvarez y Paz Cifuentes, que lo descubrieran.


La Ñora es lugar paradisiaco que conozco por mis amigos de la muy querida familia Espeso Forcén. También recuerdo a Aquiles Tuero y a Casa Koty y a Javier Fortea, tristemente fallecido, que guardaba, con algunos escasos mariñanes el secreto en su cátedra universitaria. La Asociación de Vecinos está presidida, como cabía esperar, por otro Tuero, Adolfo.

Hace tiempo, en esta mi ya vetusta columna sabatina, ensalcé cómo parecida pinza aérea salvaba a Mariposa, una vaca llanisca de El Mazucu, más precisamente de Buda, topónimo tan exótico, y más luego el periplo de otra res doméstica, Pamela, que en vez de pasear su elegante denominación por Ascott, nadó diez kilómetros Esva abajo en medio de tormenta arrasadora.

Por las vacas se hace todo. Los abuelos de Saramago, como muchos minifundistas o arrendatarios rurales, o simples parias de la tierra, que diría el arcaico letrista, las consideraban de la familia. Clarín sublimó el sentimiento en su Cordera y en los "neños gemelos", Pinín y Rosa, encargados de "llindarla". "Noble en el yugo, fuerte con la carga" daba "tantos y tantos xarros de leche".

La maternal Cordera, siendo vieja "como una abuela", era mucho más joven que Quintín, que, desorientado entre las rocas del acantilado, no tuvo quien le "llindiase".

Quintín, de Quintueles, La Cordera, de Veriña, no muy lejos, pues, en la misma costa, a un lado y a otro de Gijón. En medio de ambos puntos de arqueología maritimobucólica, Jovellanos, siempre testigo cualificado, describió la aparición espectacular de una ballena en El Arbeyal, visión recreada ha poco por Jaime Herrero; siglo y pico después, en el Rodiles de los años veinte, apareció una tortuga gigante, lo mismo que una laúd en el Lastres de hogaño, y Marino Busto, antiguo cronista de Carreño, se refirió muchas veces a una famosa invasión candasina de delfines.

He podido constatar que el MUJA (Museo Jurásico de Asturias), que dirige científicamente García Ramos, tiene gran aceptación entre los visitantes europeos del "Paraíso Natural" que me abordan en Brubru. El espectacular rescate de Quintín revela además una mentalidad social, delicada, evolucionada y consolidada, de auténtico interés por nuestro remotísimo pasado, trascendiendo al género humano, e, incluso, a nuestra era cuaternaria.

Aparte de Severo Ochoa, al que tanto se sigue queriendo en nuestros pagos, hubo otro Premio Nóbel, oriundo astur de Salas y Castrillón, el físico Luis W. Álvarez.

Mi gran amigo Carlos Rodríguez estudió esa rama de la familia Álvarez americanizada como tantos paisanos nuestros universales ("LOS ÁLVAREZ. De Asturias a los confines del mundo"), que, en realidad, eran "Fernández Álvarez", antes de adoptar la intransigente consuetudinaria opción anglosajona por el llamado "last name".

Luis y Walter, hijo de Luis, Álvarez acuñaron la teoría ("La hipótesis Álvarez") de que un meteorito habría acabado con los dinosaurios. Ese apocalíptico hundimiento generalizado no afectó a nuestro Quintín que ya habría muerto, arrastrado por las corrientes de los ríos que debieron surcar las cercanías.

La conjunción de Ministerio de Defensa, Muja, científicos y habitantes de Quintueles, conmueve. Como ha glosado un famoso anuncio navideño son muchas las cosas de nuestro país, incluso de nuestra región, de las que enorgullecerse desde mi lejanía bruselense.

Por la cuchilla del matarife y la eclosión cósmica, o la fuerza del acantilado y del camión del tratante, Quintín y la Cordera forman parte de nuestro íntimo pasado mítico, también, de alguna manera, los inmensos cetáceos, tortugas y delfines, a la espera de que literato, pintor o cineasta, eleve al primero a la maravillosa fábula de la segunda, en una costa plena de aventuras prodigiosas y magia cunqueirana.

En definitiva, solo es cuestión de otro gran vuelo estelar, con o sin helicóptero, que ni Don Leopoldo Enrique García-Alas Ureña ni Don Baltasar Gaspar Melchor María de Jove Llanos y Jove-Ramírez de Miranda tuvieron oportunidad de imaginar.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es interesante como las ocurrencias de siglos atrás pueden relacionarse con el "mundo moderno". Por muchos años el Dr. Walter Álvarez
publicaba escritos y columnas en los periódicos. Siempre los encontré
interesantes.

J

Anónimo dijo...

Mencionas a demasiadas personas y me perdí hacia la mitad.Besos