viernes, 29 de diciembre de 2006

El escupitajo

En una novela de Gironella, los legionarios compiten por escupir más alto, en lo que nos distrajimos alguna vez todos los soldados y reclutas del mundo.

Recuerdo que hace cincuenta años el escupitajo no era de buena educación pero la frecuencia hacía tolerancia. Los más higiénicos daban a su propio salivazo -lapo, lo llamábamos en el colegio-un pisotón ingenuo con el que pretendían reducirlo. El gran Borges ya describía, desde su esquina rosada, a un personaje del Puerto cuya forma de escupir era objeto de imitación. En las oficinas, en las peluquerías, en los espectáculos había unas escupideras que, en los cafetones de lujo, eran de marcas inglesas. Luego, frisando los sesenta, desapareció de repente la costumbre y la exhibición de flemas se convirtió en arma exclusiva con la que se quería expresar la agresividad contenida, muy utilizada entre jugadores de fútbol rivales. Ahora, el nieto del recordado general demócrata chileno Carlos Prats ha puesto de manifiesto su desprecio en la tumba del dictador Pinochet, asesino de su abuelo y de tantos miles, resultando cenizas de color escarlata, como el escupitajo escarlata del que también habló Neruda. Por esa acción, han despedido al intrépido muchacho de su trabajo en un Ayuntamiento.

Si no premio a las buenas formas, al menos sí parece que el joven Francisco Cuadrado Prats escupió con honor y, desde luego, más alto que la soldadesca de “Un millón de muertos” y de mis compañeros de quinta.

martes, 26 de diciembre de 2006

El Bolígrafo ardiente

Cortar es crear, Robert Sublon

El bolígrafo fue un paso en la facilidad de la escritura. Se adelantó a la pluma y al telégrafo con un testimonio hiperbreve de la tragedia de Hiroshima: «¡Dios mío, qué hemos hecho!»

Ha tenido múltiples aplicaciones, entre las que me viene la de una traqueotomía urgente. En el colegio, lo empleábamos de cerbatana. Ahora, un ex presidente ha tenido la chabacanería de usarlo en lo que el poeta Jorge Guillén llamaba «buzón para miradas». El entrañable Oscar Luis Tuñón titulaba su columna de «Región», «El bolígrafo ardiente».

En el Parlamento europeo, firmamos varias veces al día listados en las comisiones y el Hemiciclo. El diputado popular García Margallo, con sentido del humor, sostiene que es nuestra rúbrica permanente a los tratados.

Es un sinsentido que el Europarlamento y los gobiernos hayan aprobado la Constitución paralizada hoy en una pinza entre euroescépticos y antiguos comunistas; postura acogida con regocijo por los nacionalismos insolidarios. La Constitución «es parte de la solución y no del problema», señalaban Carnero y Sánchez Presedo el pasado fin de semana en Oviedo. España acaba de tener la iniciativa de convocar a los países que ya la han ratificado.

El bolígrafo debería rescatarse para la sensatez de todos: un acuerdo constitucional que nos haga avanzar. En esa lucha se dejan la piel el mencionado Carlos Carnero, el popular Méndez de Vigo, el alemán Jo Lienen, el griego Stavros Lambrinidis, el verde Voggenhubber y el británico Richard Corbett.

Esperemos que el bolígrafo de la Merkel dé a Europa, a partir del próximo enero, la agilidad que necesita si no queremos quedar a la cola de la dinámica económica y política mundial. Lástima, no obstante, que la canciller parece que, como les pasa a otros líderes europeos, no tenga tanto prestigio en su país como fuera.

Probablemente habrá que hacer concesiones a los referéndum de Holanda y Francia, a las cacareadas discrepancias del Reino Unido, República Checa y Polonia y a algún otro suprimiendo parte del texto; pero se hace preciso tirar para adelante. El día que eso ocurra supongo que firmaremos con una de esas plumas que se guardan de recuerdo. Al bolígrafo volveremos dos o tres veces por día.

lunes, 18 de diciembre de 2006

Huso Horario

Esta generación no conoce la maravillosa artesanía de los cajistas de los periódicos. De niño pasé momentos inolvidables viendo cómo se cogían a mano letras de distinto tamaño para componer textos. Los duendes habitaban en los talleres con la frecuencia propia de aquellos revoltijos. Si la travesura de alguno de esos míticos hombrecillos era descubierta antes del cierre había que rehacer toda la línea con inusitada filigrana; si no, iban a la estampa a hacer las delicias socarronas de los lectores y tertulianos a la mañana siguiente.
Hace unos días hubo quien sonrió acordándose de los mejores duendecillos cuando en un titular de este periódico aparecía «huso», referido a la pretensión del Bloque galleguista de poner el horario de Galicia en consonancia con Portugal, Canarias y Londres. Sin embargo no había yerro alguno en la grafía aunque sí en los cálculos de los heterodoxos del cronómetro.
Como paso una porción del año en el Eo y voy entonces de una a otra orilla varias veces al día, me resultaría fatigoso que prosperase semejante ocurrencia. Aún más si a los partidarios de la frontera les da por seguir reivindicando el occidente astur. El ribadense Dámaso Alonso colocaba el cambio de lengua en el río Frejulfe, que apenas está señalizado, con lo que el huso cambiaría de forma abracadabrante como también ocurriría si se estableciera, como se decía en la II República, el criterio del último hórreo y antes del primer cabazo.
Lejos de mí bromear con cosas tan serias. Gellner, profesor en la London School of Economics y director del Centro para el Estudio del Nacionalismo del multimillonario George Soros, dividió los nacionalismos en Europa según cuatro supuestos husos horarios. Para desgracia de los del Bloque engloba a Francia, España e Inglaterra en un mismo huso, al tratarse de «una región en cuyos países existían áreas lingüísticas y culturales predominantes, cuyo desarrollo se propició por los Estados absolutistas y fuertemente centralizados, sobre todo a partir del siglo XVIII».

En fin, Galicia está a treinta y cuatro minutos del meridiano de Greenwich y ha de apostar, como Asturias, por la modernidad sin buscar en la línea virtual del huso horario arma arrojadiza que conduce a los tiempos del huso y de la rueca.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Turquía, again

El 13 de diciembre de 2004 el Europarlamento se pronunció en votación secreta por las negociaciones con Turquía. Los que pidieron ese oculto procedimiento calculaban que, sin tutela de los gobiernos, los diputados pararíamos en seco el proceso. Ocurrió lo contrario. Era el tiempo en que varias leyes fueron derogadas en Ankara y el primer ministro, Erdogan, entraba como directivo del Partido Popular Europeo.

Hoy, sin embargo, Turquía ha dado pasos atrás en la cuestión chipriota. En posterior informe, el Parlamento fue más exigente. La Comisión acaba, ahora, de suspender negociaciones.

En ese ambiente, el Papa visitó Turquía. No se trata de un portavoz europeo, pero su liderazgo espiritual es decisivo en el mundo. Para mí se ha tratado de un periplo muy positivo que contribuye a la distensión.
No está de un lado el islamismo y de otro el cristianismo. Eso es demasiado simple y nos conduciría indefectiblemente a la espada contra la que se levantó Benedicto XVI en su lección de Ratisbona.
En la última sesión de la Comisión de Libertades en la que pude participar, salí al paso de la vergonzante asimilación de las palabras papales a las caricaturas provocadoras danesas. No se puede meter en el mismo saco de la libertad de expresión la provocación del periódico escandinavo y las doctas palabras de Benedicto XVI en la Universidad alemana. El primer ministro Rasmussen se negó a recibir a los embajadores árabes agudizando la herida, mientras que el Papa dio generosas explicaciones y visitó Turquía.

En el lado occidental, predominan, en equilibrio estable, el cristianismo y el laicismo. Lo que se trata, de forma inmediata, es que en el oriental y entre las masas de emigrantes no predomine el integrismo y la violencia fanatizada.

Bien, pues, por la presencia de Ratzinger en el Bósforo, muy bien por su valor y sus apelaciones al diálogo de civilizaciones y a la racionalidad. Su gesto, entrando descalzo en la Mezquita Azul, trasciende el acercamiento entre la Iglesia católica y el Islam.

Ya veremos qué pasa con Turquía y la UE. En el calendario europeo estará durante mucho tiempo el tema turco: «Turquía, otra vez», «Turkey, again».

lunes, 4 de diciembre de 2006

Cortázar y compañía

Como ciudadano fanatizado del ya en desuso “Oviedín del alma” me encuentro muy compenetrado con “La bien novelada” que defendían Alarcos, Cachero, Avello y, luego, tantos. Casariego sostenía que sólo Madrid, en España, había inspirado a una nómina semejante de autores. Esa pasión por el narrador y la ciudad es la que “quizá me lleva a preguntarme por los escritores que pasaron por las capitales que visito en el ancho mundo. ¡Cuánto más por Bruselas donde me corresponde vivir más de la mitad de la semana!

Así a Cortázar, uno de los mejores de todas las lenguas, le nacieron aquí, en el barrio de Ixelles, donde está mi hotel, como a Clarín en Zamora. El creador de la Maga fue hijo de funcionario, circunstancialmente destinado en la embajada de su país ante el Reino de Bélgica. También ejerció de diplomático muy cerca, aunque en otro tiempo, Guillermo Cabrera Infante, en la legación cubana, que llamaba “Bru-bru” a Bruselas,”, denominación lograda que me parece divertida y que no sé cómo no ha cuajado en otros plúmíferos.

En el parque que tengo enfrente de la ventana del despacho debieron tener amores tumultuosos Rimbaud y Verlaine y algo más lejos, en la estación de tren, anduvieron liados pero a tiros. Tampoco faltó Baudelaire a la cita con Bruselas ni un Victor Hugo, exilado político, que, estricto romántico, no aceptó la amnistía que le ofrecíó Napoleón III, para él “le petit napoleon”. Las hermanitas Brontë, Charlotte y Emily, se inspiraron en sus experiencias bruselenses para escribir sus dulcerías. Más próxima está Marguerite de Yourcenar, a cuya casa bruselense dedica Sandra Petrignani un capítulo de su importante libro “La escritora vivía aquí”.

En fin, Bru-bru dejó huella en escritores de varios géneros. No creo, sin embargo, que ni Bruselas ni Ixelles se decidan a organizar un homenaje a Cortázar en su centenario de 2014, como nos sorprendió gratamente Zamora con su adhesión inesperada, en su día, a las efemérides de Clarín.