lunes, 17 de noviembre de 2014

Llantina por un país corrupto

Conocí a Blas de Otero en la tertulia sabatina del cafetón bilbaíno de La Concordia. Sus obras completas, editadas ha poco, no me devuelven ni de lejos el fuerte impacto que por entonces me causó su personalidad y su "Que trata de España". Nos dolía España a aquella mezclilla de intelectuales radicales y estudiantes salidos de las primeras demostraciones de verdaderas masas contra el régimen aún muy fuerte en esas calendas.
Luego siguieron años de lucha siempre subiendo peldaños de esperanza en un país que dejaba el manto del dolor, y el horror, y parecía otra cosa, dispuesto a ser más estable y mejor que los soñados en los que nos buscábamos. La corrupción nos ha devuelto a la podredumbre moral, a percatarnos de que el progreso y las libertades tenían gusanos, dispuestos a generar una gran pandemia. Confieso que he llorado constatando los hechos que están en boca de todos. Me sigue "doliendo España" como aquel tiempo de mi primer compromiso. Llegados aquí, me niego a consumirme en la llantina de este profundo sentimiento de país desnortado por una corrupción mucho más generalizada de lo jamás imaginado.
La corrupción es ya, desde ha mucho, puro y atragantoso hartazgo. La llantina sólo vale para lavar penas. Los partidos deben tirar por la borda, a "la fosa séptica", como calificaba un ilustre comentarista, el lastre preciso, que es mucho, pues de esta crisis moral no deben quedar motas conniventes. Evelio G. Palacio reclamaba, en estas páginas, evitar "la amnesia de país".
No es tampoco ninguna broma el peligro de "Estado fallido", del que habla Juan Luis Vigil. Italia, Rumania o Bulgaria estuvieron en un tris de serlo y lo caracterizan varios al sur del río Senegal. Y, en efecto, a reparar de inmediato el control de legalidad y la independencia total de los secretarios municipales, sobre cuya reforma legal por un lamentable "acompañamiento a una Ley de Presupuestos" me opuse desde la Alcaldía de Oviedo, asesorado por el ejemplar funcionario que fue D. Luis Arce Monzón.
Sin duda que los males de España no se acaban en este solo por inmenso que sea, pero sería muy beneficioso que, al menos, esa lacra fuese bien delimitada, vomitada fuera y recuperados los enriquecimientos ilegales a costa de los ciudadanos. Todo lo demás, el empleo y/o la conformación de la propia España... son fundamentales pero sin limpieza pública estaríamos inermes de raíz y habría poco que hacer. ¿O no tenemos pruebas suficientes de cómo ha anidado la corrupción en el separatismo más influyente o en el manejo de dineros, no sólo de la burbuja inmobiliaria o los servicios públicos contratados, sino de administración de la propia ausencia de empleo?
Blas era muy hermético, incluso depresivo; eso es lo que no nos debe ya ocurrir con "las cosas que hemos visto" que habría dicho otro poeta si cabe aún más excelso, un tal Don William Shakespeare.