LA PIEDRA DE COVADONGA EN LA JUNTA GENERAL
DEL PRINCIPADO
“Era un lugar encantador, donde todas las rosas de la creación, desde
tiempo seguramente inmemorial, florecían (…) (enluciendo) la fachada de un rosa
claro” Ribeyro, Julio Ramón, “Silvio
en el rosedal”
Estamos en plena celebración de
los centenarios que concurren en Covadonga/2018.
Por pura casualidad, la Junta
General del Principado adecenta su cerca. De esa limpieza, talento, lentitud y
esmero, tal corresponde a trabajo riguroso, rigoroso
diría Ortega, está resaltando el color rojo de la piedra que la suciedad tenía
dormida. Ignacio Quintana, gran covadonguista donde los haya, lo pone de
manifiesto haciéndome la pregunta, cuya respuesta bien supone, del origen
canterano. A su vez traslado la cuestión a Alberto Arce, letrado mayor de la
Junta, que sin duda habrá visado la contratación. El propio restaurador conoce
el tipo de piedra como “de la Basílica de Covadonga”. Recuerdo a Antonio
González Rubín, Antón Rubín, eminente sabio ovetensista, al
que ví por última vez apoyado, descansando su bastón, en la esquina nordeste
del cruce entre las calles Principado y Suárez de la Riva, durante su ritual
paseo desde Cabo Noval ¡hasta la piedra
de Covadonga! El auténtico color apenas se distinguía entonces. Sobre
el “rojo Covadonga” escribió en este periódico Carmen Labra, historiadora del
Arte. La denominación técnica es “caliza roja Griotte”. Carlos Posada me ayuda
a reafirmarlo. No obstante, Manolo Claverol, que mucho sabe, matiza: ““Las losas
están compuestas de caliza muy fosilífera
(conteniendo crinoideos, braquiópodos, briozoos y corales) Se trata de rocas
del Devónico .A simple vista son bastante parecidas a la “Caliza Griotte”(o
“piedra de Covadonga”)”.
Rubín podía haberme contado algo del histórico convento de San Francisco
o de la obra sustitutoria del Palacio de la Diputación, con fuentes
inspiradoras en el llamado eclecticismo francés y el modernismo vienés y/o
praguense. Mentor del joven Juan
Ignacio Ruiz de la Peña, autoridad académica en la Monarquía asturiana, al que
designó legatario en su testamento ológrafo, Antón quiso advertirme simplemente de las piedras de Covadonga,
solar tan emblemático para todos los astures.
Sánchez Albornoz, que fue
Presidente del gobierno de la República en el exilio, considera en su magna
obra sobre los orígenes de España, ¡y de Europa!, que muy lógicamente los astures seguidores de Pelayo atribuyeron
la victoria a mediación divina. Hay incluso quien sostiene, que tal en
Cangas de Onís cayeron aerolitos el 6 de diciembre de 1866; mil años antes el
caudillo Pelayo, discutido noble, con nombre ajeno para García de Castro a la
genealogía goda, de una Corte, también cuestionable, que había adjurado
cualquier herejía, pudo aprovechar parecido fenómeno celestial. Ese Pelayo
legendario habría pasado el río Piloña tal el bíblico y simbolista Jordán.
Sea como fuere, celebramos las
diversas efemérides de Covadonga y felicito a la Mesa de la Junta General, y a
su Presidente, por los rescates de la verja y sus soportes y revestimientos
pétreos de tantas connotaciones en nuestras antiquísimas raíces, fundidas,
pues, con la modernidad contemporánea.
La piedra roja es bellísima y su
enigmática opacidad tiene el mágico efecto de proyectarnos a grandes flashes,
espejismo diacrónico, a nuestra Prehistoria y nuestra mejor Historia regional.