QUEMAR CABELLO
¿Quién se lo peinará, carolín cacao, carolín
cacao?, Fonseca, Fernando,
APABULLANTE SILENCIO EXTRANJERO.
“no amo
los afeites de la actual cosmética” Machado, Antonio.
Exquisitos clientes
de la peluquería PACO en Cimadevilla se hacían quemar las puntas de los
cabellos. En los cincuenta, era ultramoderno remedio a temida alopecia. Se
decía que los especialistas de la espiral quema/crece pelo estaban en CALZÓN, frente al Campoamor. Ancestrales esencias taumatúrgicas,
grabadas en la milagrería bruja de los incendios rurales controlados. Polo
opuesto al refranero refrescante: barbas
a remojar o el aforismo de la inocuidad, pelillos a la mar.
En recostados
sillones practicaban imaginación tertuliana, sin el rústico pelo de la dehesa
ni límites de prisa, - ¡cagaprisas!
sacralizó, despectiva y escatológica, la RAE-; la febril velocidad urbanita sería
para la insospechada década unidimensional, marcusiana.
El fuego
regenerador de Prometeo, Heráclito y el profeta Elías, es, en cierto modo, oxímoron. Los desaparecidos monjes benitos de Valdediós
lo retomaron por virtuosas contradicciones, agua/fuego, para letanías pascuales.
Veneración de Zaratustra. La búsqueda del fuego, incansable
afán desde los neandertales, pasando por la revolución industrial y filósofos,
galenos y cocineros.
¿Fueron los barberos, alguna vez, cirujanos,
dentistas o expurgadores de libros y reivindicadores de la libertad de la
cabellera?
Las Peluquerías de Caballeros están en
crisis, salvo, don Ramiro sostiene, las psicoestetas.
Los cortes se retardan en la moda varonil; la melena dejó desde los Beatles, aparte
Sansón, Colón o los Apaches, de ser indiciaria de género; proliferan los establecimientos
UNISEX y prácticas caseras de rasurado, tras fugaz paso por las maquinillas eléctricas.
En una campaña electoral me abrió a
puerta fría un vecino de Ventanielles/El Palais, cara enjabonada, dispuesto al afeitado, normalidad impúdica
ante el inesperado timbrazo visitante. Julio César destacaba los afeites de los
britanios de Kent. Apenas se menta ya
el seudomilitar “pelo cepillo” ni, como vejatorio arresto, el pelo al cero,
que, en mujer, conmovió la comprometida pintura asturianista de Eduardo Arroyo.
Ya Fray Luis en algún poema sensual cuestionaba el exceso de afeites femeninos.
No son, sin
embargo, lo mismo rastrojos de la siega que atípicas fertilidades capilares.
Los lechuguinos, denominación de Julio Masip
en tesis doctoral, acogían, entusiastas, prácticas de delicadeza barbera.
Ha habido costumbres de raya rectilínea, o diabla, pelo pincho, o alborotado, calvicies tapadas al bies, bisoñés, perillas leninistas, u otras icónicas procedencias, patillas bandolero, o de hacha, coletas toreras, crestas gallináceas, skins, gominas y brillantinas, estilos Marlon Brando (“melón blando”, para actitudes otrora imperantes) o Elvis o punkies… incluso esas brasas fatuas, apagadas en los sesenta. Quedan humos de época pero no retornos a la Peluquería PACO
5 comentarios:
muy culto.C
Se lo paso a Ramiro
Qué erudición divertida! 👍
stás cerca de Misericordia de Galdós con tintes de La Regenta de Clarín.Vetusta castiza Jf
No mencionar a Agustín Rodriguez Sahagun me parece una laguna para alguien que haya vivido la transición. Que decía: “ ¿Pero porqué todo el mundo me pregunta el nombre de mi peluquero?MJ
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