DE LA COLA DEL EVEREST A JOSAFAT
La pasión
cunqueirana me ha llevado estivalmente al extremo occidental del Paraíso
Natural, contemplando enfrente los bordes lucenses, que, por ende, engloban
Mondoñedo y las correrías de la Santa Compaña. Juan Cueto, que tuvo que morirse
para que muchos, que no todos, repararan en él, relacionó la ría del Eo con la
escritura, ortográfico punto y coma, de don Álvaro, cuyo mundo absoluto no
estuvo en la lejana e idealizada Bretaña sino tras los montes eotos y
mindonienses.
En una de las
iniciales sesiones de los Príncipe de Asturias del Deporte, que acabábamos de parir en el
Ayuntamiento, hubo quien propuso a Sir Edmund Hillary para simbólico primer
laureado, tal Pepe Hierro o María Zambrano en los suyos. Vivía todavía el
carismático alpinista neozelandés. No obstante, Samaranch, gran personalidad
olímpica, se empeñó en Sebastian Coe que, además de olímpico, había utilizado
los principios pacifistas y competitivos de Coubertin para superar coletazos de
la llamada guerra fría en fase terminal.
El Everest
sigue mítico y, como acabamos de ver en imagen deshumanizada, o anti natural,
resiste la famosa divisa del humor inglés de que “la otra cola avanza más rápido”.
Espeluznante y temerario que un par de cientos de turistas hayan quedado
atrapados, hubo quien hasta la muerte, en serpiente enloquecida. Serpiente multicolor, logro metafórico, impuso el galo L´ÉQUIPE para denominar
el pelotón ciclista que rodaba a la búsqueda de los llamados “escapados”. Los enfervorecidos
novatos escaladores querían alcanzar la Cumbre del Mundo, ansia tatuada en la mágica barra de hielo de la Humanidad desde sus orígenes
que, con la Torre de Babel, popularizó la soberbia bíblica de subir al Más Allá. En Oviedo, un tal Canteli, con
aspiraciones edilicias, estuvo empeñado en la siniestra cola de Liño, por
fortuna desaparecida, aunque queden huellas irreparables en la maltratada piedra
de San Miguel.
Ha mucho me
llamaron para sustituir a una política holandesa en un acercamiento entre
Arafat e Israel, que se truncó con la enfermedad mortal del líder palestino.
Aquello sirvió poco a la Paz pero tuve ocasión impagable de conocer lugares
míticos tal el Valle de Josafat, donde Yahvé ha de celebrar el Juicio Final.
Fue también oportunidad de imaginar cómo entraríamos en tan reducido espacio
los resucitados de millones de años. ¿Cuál de las alturas emblemáticas está más
grabada en nuestro magín? ¿Josafat, Everest, o, aún, Torre de Babel? Yo solo
conocí una, todavía sin acondicionar para la leyenda futurible de su gran
momento. Edmundo, o Edmund, Hillary
al que, tras aquel debate ovetense, no tuvimos en Oviedo, blasonaba de haber
estado en los dos polos terráqueos y en el techo del mundo, y hasta persiguió seriamente
al inexistente monstruo Yeti, u Hombre
de las Nieves. Es increíble
que durante un tiempo, personalidad tan exquisita llegó a imaginar yetis mientras
jamás, sin embargo, concibió esa cola maldita de hogaño. Tampoco subió a Liño
como suelen los premiados de la Fundación ni vio la siniestra cola del Centro
Asturiano, que no era por el monumento sino contra el monumento. Algo, que ya
no, tuvieron en común el Everest y Liño.
Por mi
cuenta imagino a los del Everest en la cola universal del Josafat. Eso sí, sin
tanta ropa de abrigo ni colorines ni hipotéticos yetis.
La Santa Compaña y Cunqueiro no necesitan retos ni
hazañas ni cola para viajar a la Cumbre. El Cunqueiro eoto de Cueto tenía
Taramundi, ¡Mundo de altura!, a la espalda. Con las desaparecidas
colas de Liño y del Everest mejor inmunizarse contra aborrecibles agresores de
probados antecedentes en descaradas actuaciones contra el Patrimonio de la
Humanidad
5 comentarios:
Muy bueno, Antonio; como siempre. Cunqueiro, Cueto y, no lo olvidemos, Doval. Abrazo, F
Más claro, agua ... Lo de las siniestras colas se lo contaba el otro día a colaboradores jóvenes y no daban crédito. Y tampoco el que se les hiciera una carretera a medida.L
Lo del barullu en el Everest ya lo decía el sherpa Dawa cuando estuvo en Oviedo; te paso el art. del diario El Comercio.
Un abrazo, Pp
Era yo un niño de corta edad, querido Antonio, pero recuerdo la hazaña de Edmund Hillary y su sherpa, que alcanzó resonancia mundial. Creo que el sherpa ya había coronado la cima (o se quedó a poca distancia de ella)
antes de que lo hiciera el alpinista neozelandés, pero eso no fue noticia. Así se cuenta la historia. D
A perseverar.L
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