ISLANDIA
“Islandia de la gran memoria
cóncava//que no es una nostalgia”. BORGES, J.L.
Muchos autores incorporan a su vida consciente la
trayectoria experimental de sus inmediatos antepasados; Francisco Ayala, clarividente
centenario, lo filosofaba también con las experiencias de los descendientes. Si
así fuera, y creo que lo es, debería incorporar a mi acervo la maravillosa visita
que, con motivo de una comunicación congresual universitaria, ha hecho recién mi
hijo a Islandia así como su encuentro madrileño con Barack Obama. Me prolongo
también en el poemario de mi hija a punto, breviario Goethe, de salir a la
estampa.
Tenía bien descartado por mi parte viajar antes del fin de
mis días a la “isla de hielo”
sobre la que tanto peroró Borges, con dioses ancestrales, poemas guerreros y los
mágicos juegos de su filología, como sucedía providencialmente también a don
Álvaro Cunqueiro, bebedor del tiempo lírico de la mitificada Bretaña, que no la
había pateado pese a la relativa proximidad mindoniense. Los apasionantes detalles
del periplo filial han resucitado en mis adentros paisaje y paisanaje unidos en
gasas de brumas, no solo borgeanas, o volcánicas, o del supuesto precoz
descubrimiento precolombino del navegante vikingo Leif Erikson, sino por la fuerza
indómita de una tierra enigmática, entre acentos de estanques termales, ríos
calientes de orillas nevadas, placas geológicas contrapuestas cuya falla prueba
el crecimiento terráqueo continental, glaciares derretidos en lagos, soles de
medianoche, lavas y basaltos hexagonales, vientos secadores de la terca
llovizna y versificación de métrica en otra dimensión cósmica. Julio Verne escogió,
sin conocerlas, prodigiosas cavidades para novelar el fantástico viaje al
centro del globo fabulando criptograma de un ficticio alquimista. Bobby Fischer,
genial ajedrecista, tiene allí tumba, a la que quiere peregrinar mi amigo J.L. Fanjul,
seguidor apasionado de sus históricas partidas.
En Bruselas, donde estuve una decena de años, me sorprendió
un dirigente islandés, defensor de la adopción del euro monetario pero jamás la
concepción unitaria de la U.E..
Hay quien sostiene que Groenlandia e Islandia, de común
pasado colonial danés, equivocaron sus nombres. La verde sería Islandia y la
helada Groenlandia y no al revés como la literalidad inglesa de sus topónimos,
ICELAND y GREENLAND.
Orlando Pelayo, cuyo homenaje por Lluis Xabel Álvarez y
Luis Feas me alegra, decía que no había encontrado el verde asturiano en ningún
otro país europeo, si bien desconocía Irlanda y olvidaba la vocación
continental islandesa. El gran pintor gijonés nunca vio Reikiavik ni el resto cóncavo secreto; yo tampoco pero me conformo para
siempre con hacer mía la teoría asimilativa de Paco Ayala.
Por cierto, el expresidente Obama, al que antes aludí y me
hubiera prestado conocer por mí mismo y no solo de forma interpuesta, es
apasionado de la épica trasatlántica del navegante Erikson, cuya leyenda
resiste mejor que las supuestas aportaciones científicas de la afamada Kon Tiki,
puesta hoy en solfa.
1 comentario:
Jeje, acabo de volver de hacer 2500 kms por islandia. Maravilloso. Es la hija que tuvieron entre Chile y Escocia...
Abrazos
N
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