domingo, 16 de marzo de 2014

Suiza, en el desamor



Es bien conocida la práctica constitucional suiza de recurrir al referéndum, precisamente lo que no hacen los alemanes, sus tan próximos de suelo, fortuna y, en parte, lengua, pues consideran haber escarmentado con consultas plebiscitarias vergonzosas en época hitleriana.

Javier Ballina, mi excelente colaborador, - al que auguro porvenir político, para bien de Asturias, - ha estudiado esa peculiaridad helvética, tras haber escuchado, a un entusiasta especialista, Daniel Ordás.

Sin embargo, el resultado refrendario sobre la emigración es espantoso y está emponzoñando las relaciones entre Suiza y la UE, pues no es de recibo la ficha que se acaba de mover limitando a cupos la movilidad laboral. Afecta, incluso, a investigadores y los llamados Erasmus, que tanto nos enorgullecían antes de los desprecios hacia la juventud emprendedora de un tal Wert. Los primeros contactos Suiza/UE revelan distancia pese a tanta frontera y civilización comunes.

Visité varias veces Suiza, lugar, en principio paradisiaco. Los Alpes superpuestos, entrando en coche, desde Francia, es de los mejores paisajes del ancho mundo, con algún parecido, además de Picos, a la llegada a San Antolín de Ibias por las alturas de Tormaleo, o a la salida hacia el Pozo de las Mujeres Muertas, que no muchos conocen, o, aún la vista, con o sin nieve, en día despejado, desde el Acebo cangués.

Me alojé alguna vez en el ginebrino Hotel Cournevin del que supe antes por las historietas de Tintin y Milou, a las que fui adolescente adicto. En la ciudad de Calvino había, entonces, un fuerte Centro asturiano que lideraba un antiguo clérigo del movimiento minero de 1962, Bernardino Fernández; tipo admirable. Con Jesús Arango, visité a María Zambrano, a la que tanto cuidó Isolina Cueli, comisionados del Presidente Rafael Fernández, escoltados por José Ángel Valente; en otro viaje, ese mismo grandísimo poeta orensano me condujo, con los míos, por la sede europea de la ONU en la que era funcionario, y ante la que acababa de comparecer Arafat, que carecía de visado para Nueva York.

Y aún tengo muy viva la pena de una última carta manuscrita de Doña Emilia, la viuda de Don Salvador de Madariaga pidiéndome que fuera a verla a Locarno "pues ya queda poco".

En Lausanne visité las obras del Museo del Deporte Olímpico que tanto entusiasmaban a Juan Antonio Samaranch, con el que congenié mucho, a raíz de prohibir el boxeo en mi ciudad y de promover el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes. 

En el Paseo Charlot de Vevey donde, como abogado, negocié para un consorcio francés, que encabezaba un asturiano de origen, la mayoría de la emblemática sociedad de Cuevas de Rochefort.

Estuve también con los admirables esposos Bérthier, que simultaneaban la concejalía socialdemócrata con el oficio de pastores calvinistas. También con el Alcalde de Vernier, Fulvio Moruzzi. Amigos todos plenamente solidarios con la emigración que, si viven, imagino seguirán contrarios a esta pirotecnia extremo derechista, de auténtico desamor europeísta.

Y en Suiza, cerca de Montreux, vivió un exiliado muy vinculado a nuestra tierra, Andrés Saborit, cuyo nieto me ha visitado ahora en mi despacho de Brubru.

Tuve aún otros contactos profesionales o de solidaridad política junto al lago Leman, playa verde con un chorro de agua como no conocía antes otro. Recuerdos suizos todos con nostalgias que no  borran el impacto del mal paso refrendario, cuya respuesta estamos ponderando en la Unión Europea, con "presión en todo el campo" que dicen en el basket y otros deportes de equipo. No cabe ahora poner la otra mejilla ni continuar permitiendo la libérrima circulación del dinero sucio, con el absurdo de que un luxemburgués encabece el centro derecha para las elecciones. 

Mi paraíso para Suiza, al que me apuntaría de nuevo, era otro, no el de la vergüenza de su referéndum ni de su refugio y opacidad fiscales.

Daniel Cohn Bendit, tantas veces clarividente en el hemiciclo de Estrasburgo, advertía que, con el sesenta por ciento del comercio vinculado a la UE, son los suizos los que han de poner sus famosos relojes en hora.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.Susana

Anónimo dijo...

Siempre un placer leerte,¿cuándo públicas en libro todas tus sabatinas?C

Anónimo dijo...

Sobre niños robados en lo que te afanas ahora te recomiendo Filomena q acabo de ver.V

Anónimo dijo...



Me pongo en contacto con usted para realizarle una consulta sobre el poeta José Ángel Valente, con el cual, según tengo entendido, coincidió usted en diversos lugares y ocasiones en el siglo pasado. Concretamente le comento que soy un gran admirador del poeta orensano y que llevo años recopilando cualquier material sobre el: artículos de periódico, ensayos, tesis doctorales, números especiales de revistas, fotografías, lecturas de poemas, etc., es decir, cualquier tipo de documentación. Quisiera preguntarle si tiene usted material audiovisual sobre Valente y sobre la disponibilidad del mismo. Tengo gran interés en todo tipo de entrevistas y apariciones en televisión o radio, hoy en día no es fácil conseguir estos documentos porque está todo prácticamente con acceso limitado o restringido.

Anónimo dijo...

Hola,Antonio

Como estamos?

Alguien me envio tu reciente artículo sobre Suiza en La Nueva España.

Hubiera sido un placer explicarte algunas cosas sobre el voto antes que lo escribieras.

En cuanto a mi abuelo Andrés, que sepas que nunca ha vivido en Montreux (es verdad que le gustaba mucho dar un paseo a la orilla del lago en esta ciudad) pero su domicilio era en Ginebra.

Un abrazo, Rafael