"Como
todos los grandes trabajadores daba la impresión de no tener prisa"
Manuel
Campa/Fernández de la Cera.
Mucho
se ha dicho ya sobre Pepe Cosmen, en la hora de su muerte.
Mi
conocimiento del que todos reconocen como excelente emprendedor y mejor
ciudadano, se remonta a los años cincuenta. Su hermano Basilio era profesor de
los frailes dominicos y hasta allí Pepe se acercaba con el autobús que se
identificaba por su nombre rotulado en letras sueltas como fue luego una práctica
de la publicidad para todas las buenas marcas. Aparcaba perpendicular en los
aledaños de la plaza dominica aún sin urbanizar.
En
aquella época se dio el giro de los Cosmen hacia la más amplia integración en
ALSA. Recuerdo muy bien, y tuve varias ocasiones de hablarlo con Pepe muchos
años después, cómo mi abuelo Antonio, Director del Banco Herrero, me lo
presentó como una personalidad con agallas, de la que después me insistiría que
tuvo la firmeza de enfrentarse con la claridad transparente de sus cuentas al
malévolo comentario de alguno de sus socios. Agallas que también le reconocía
de nuevo mi querido antepasado por arriesgarse a empresas con mucho personal.
En mis
orígenes profesionales mantuve una, por mi parte, intensa relación pues siendo
pasante del entrañable Enrique Cárcava, se me encargó el seguimiento de una
cláusula de acusación particular que la Estrella de Seguros mantenía con Alsa.
Fueron juicios casi todos los días que me enseñaron oficio y de los que
constato con satisfacción, que Asenjo, el sobrio empleado de Pepe que los
controlaba, sigue en funciones y estaba a su lado en la capilla ardiente de los
Arenales.
Hace
años, Pepe me contó con todo detalle cómo se acercaba a China a través de un
anuncio en el que el gran país emergente aseguraba el descubrimiento de una
pasta de dientes que ayudaba a respirar. Le pareció un producto fantástico,
pensando en tantos mineros asturianos con problemas pulmonares. Esa primera
relación oriental no prosperó, pero en la correspondencia los chinos preguntaron
a qué sector económico se dedicaba y le propusieron enseguida ese legendario
negocio de taxis entre Hong Kong y Shanghai.
En la
noche blanca o en otra de sus geniales intervenciones, Jaime Herrero recordaba
los despertares del emblemático edificio del arquitecto Castelao, cobijo de la
Estación de Autobuses, cuando se oía, estridente, la voz enigmática de la
megafonía: "en el once, Bruselas; en el doce, Moscú, en el ocho,
Ribadeo..."
La
empresa fue adquiriendo rasgos mitológicos, Pepe y María Victoria celebraron
con los suyos cumbre en el Tíbet; y luego, o antes, en Nuevo México, donde
Ángel González contaría al novelista peruano Bryce Echenique, el papel
determinante de Alsa en la geografía de Oviedo. Y de ahí la presencia de la
desaparecida estación universalizada en "La vida exagerada de Martín
Romaña". De ahí también las dos ediciones antológicas que de Ángel, un Cosmen,
audaz con la cultura, distribuyó entre viajeros, y que tras abandonarnos el
poeta, Pepe me insistió en publicar de nuevo. Se hizo, con una magnífica
introducción de Susana Ribera, en multiedición de Visor y Alsa ("La
primavera avanza"). De influencia de Cosmen fueron las traducciones al
chino de "Marta y María", de Palacio Valdés, e, incompleta, La
Regenta, a cuyo traductor, recibí en la Alcaldía ovetense, remitido por Pepe.
Contaba
Víctor García de la Concha la anécdota, o perla, de cómo Pepe había recogido
aleatoriamente en su coche a una anónima aldeana que, azarada, se dirigía del
HUCA al Alsa. Al bajarse, la buena mujer le extendió dos duros diciéndole:
"Gracias. Para que se convide".
Además
de los exóticos lugares de destino, que rememoraba Jaime de sus ensoñaciones
artísticas, era un espectáculo, cualquier domingo de calendas preeléctrónicas,
divisar el patio, en hora punta, con Cadenas, Celestino o cualquier otro
directivo, arremangado, blandiendo grandes gestos que colocaban a los vehículos
en sus andenes en círculo. Desde ahí abajo, sin anillos, los Cosmen enseñaron
el espíritu de la casa a sus hijos. El consentido protagonismo de estos, en
vida de Pepe, y además del quehacer ímprobo de Andrés en las antípodas, se me
reveló cuando ví a Jacobo sustituyendo con galanura tranquila a su padre, o a
Fernando sacando adelante un naranjal, o a María, entregada a un incipiente McDonalds,
lleno de estúpidas burocráticas dificultades de apertura, o la tarde que Pepe
me habló en Estrasburgo, donde nos debatíamos con la viabilidad financiera del
tren, de que su hijo Jorge era un campeón de la privatización del tan histórico
ferrocarril británico, o Covadonga, o José, el mayor de la prolífica saga, o
Felipe...
Mientras
Pepe me hablaba a Alsacia, no podía yo menos de rememorar su viejo y ya exitoso
enfrentamiento con el canon de coincidencia, que impedía el paso por el Huerna.
Hace años
tuve un percance con las cuerdas vocales, que el sabio Carlos Suárez me sacó
adelante. Pepe me escribió entonces, para ofrecerme una estancia tranquila en
Letariegos, pues le constaba que era remedo para la garganta. Naturalmente no
acepté, pero me quedó la intriga de conocer mejor de dónde provenían los
antepasados de Pepe, Manolo, Secundino, Basilio, sus hermanas...incluso para
interesarme en cómo Jovellanos ya los mencionaba y, desde luego, ubicar in situ
la tarifa de la media burra, que, con general regocijo, Pepe mencionaba para
aquellos autobuses pioneros. Esa cita memorable estaría, como deliciosa
metáfora, central, en su discurso por el doctorado universitario; era el
billete reducido por el compromiso de ayudar a empujar en caso de atasco por nieve,
bache u otra inclemente emergencia del viaje. Tamaña felicidad al engalanado
homenaje de la Universidad, le constaté primero en la plaza compostelana del
Obradoiro, mientras esperábamos el concierto de Plácido Domingo y Ana María
Martínez y me confesó que en su bolsillo estaba el cheque conformado por una
cifra inimaginable con el que pasaría a adjudicarse Enatcar, lo que le
convertía en líder incontestable del transporte por carretera.
De
Leitariegos, en mis tiempos de Consejero del Gobierno autónomo, estábamos ya
obsesionados por los remontes para el esquí y los restos de la arqueología de
mazos, batanes, patrimonio inmaterial y demás entre lo que me apasionaba
especialmente la jerigonza del patsuezu que tanto divulgaba un, creo, pariente
lejano, Melchor Rodríguez Cosmen, Provisor.
Tiempo
ha, Fernando Zuazua, me decía que no existía ovetense ni oviedista, tan
entusiasta. Y releyendo sus cosas, también se puede decir de Pepe como gijonés
de adopción estival, o salense por afinidad , o cangués ejerciente. En
definitiva, se ha ido un asturiano, que como todos los que han surgido en la
frontera han vivido nuestra tierra más que nadie.
Ese
carácter fronterizo lo resaltaba Julien Gracq, como recurso literario, y está
también en otros dos grandes asturianos a los que mucho quiero, en memoria, el
desaparecido Manolo Díaz Ron, nacido en el Abres gallego, pero siempre
asturiano por su bautismo en la parte vegadense, y, en admirables facultades,
Paco Rodríguez, de Trascastro/Llamera/Cibea, tan próximo, por dudosa
casualidad, al Leitariegos de Cosmen.
1 comentario:
Gracias.El mejor de los muchos que le dedicaron.MCA
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