El
viejo parlamentarismo está desterrado de los debates en el hemiciclo. La
limitación de las intervenciones a uno, dos o tres minutos evita la retórica
hueca y los viejos recursos decimonónicos (a mí apenas tres veces en nueve años
me concedieron cuatro minutos y hace poco excepcionales seis para presentar la
ponencia de asilo). Si te pasas el Presidente de la sesión corta, inexorable,
el micro y la interpretación simultánea. Gay Talese, en “El silencio del
héroe”, describe al que durante años fue cronometrador boxístico en el Madison
Square Garden, “tan imperturbable como su reloj”. El gong neoyorquino no
permitía, en tiempos pre-electrónicos, un segundo de más; en Estrasburgo
aparece una luz roja tras diez generosos segundos de supuesta tolerancia
permisiva.
En
ocasiones, pese al marco ambiental, se cuela algún ingenio de resabiado
encanto. Sucedió, por ejemplo, hace tres meses, con la Cámara semivacía en la
que yo estaba por mi interés en seguir un asunto de Derechos Humanos en país
extracomunitario, tema para el que hay sesión específica la tarde del jueves de
la semana mensual de Estrasburgo, mientras la mayoría vuela ya hacia su
circunscripción. Presidía el manchego Miguel Ángel Martínez, que lo hace
siempre con galanura característica; no en vano sus primeras armas oratorias,
siendo joven socialista, fueron, en Toulouse, frente a Indalecio Prieto; ese sí
que tribuno legendario de los que ya no hay ni se permiten.
En esa
ocasión reciente que evoco, Miguel Ángel amparó, desde la dirección de
estrados, en la que es muy escrupuloso con el reglamento, a una diputada,
vejada porque en la bancada de la derecha la tildaron de “trotskista”, lo que
para los ortodoxos del comunismo sigue siendo un insulto de difícil perdón. Yo
ya me reía cuando Miguel Ángel, en un gesto de sus tradicionales reflejos,
interrumpió al bávaro Herr Posselt, plúmbeo y sobrepasado en kilos donde los
haya, comparando su exabrupto con que alguien le considerara “partidario de
Bismarck”. Es un diputado que antes fue colaborador de otro no menos peculiar,
"Otto de Habsburgo", nieto de Sisí y Francisco José, que firmaba
artículos en ABC, el cotidiano español, como "Otto de Austria-Hungría”. Al
oír Bismarck, Posselt saltó de nuevo con afectación inusitada: “¡Jamás
encontrará en Baviera un partidario de Bismarck!”.
Mi risa
era ya ostensible cuando mi compañero reconducía el abrupto debate utilizando
la lengua alemana, una de las varias que bien domina, como deferencia para la
distensión.
Curiosa
esta aversión al forjador de la unidad del II Reich alemán, escuchada en un
hemiciclo de tantos acentos pangermanos. Al término, le conté a Miguel Ángel,
cómo el primer personaje que aparece en La Regenta es un monaguillo al que
llaman Bismarck. Es apelativo que, casi seguro, tenía carácter peyorativo. Los
vetustenses conocerían del periódico El Lábaro el icono encasquetado del
Mariscal alemán que algún parecido debería tener con uno de los campaneros de
nuestra Catedral.
En
cualquier caso, está claro que al nuevo monaguillo o campanero de la Sra.
Merkel, hija ella de un pastor eclesiástico, no le va el santón de la
germanofilia, que asumiría, no obstante, Don Fermín de Pas/o de Cos, exponente,
en la ficción y la realidad respectivamente, de una ortodoxia en la que ni
luteranos ni los también herejes iconoclastas alcanzarían.
En fin,
alguna vez merece que el debate margine la crisis y se evapore en digresión
divertida, aunque hayamos sido solo catorce o quince los diputados oyentes en
directo de las alusiones a Trotski y a Bismarck, que tanto escocieron.
2 comentarios:
Graciosísimo.A mí también me hubiera molestado que me llamaràn trotskista.AP
Hoy he leido tu columna, tan interesante como siempre, en vivo y en directo en la Nueva España, porque tuvimos que venir el fin de semana a Oviedo.
Es un poco triste y ayuda poco a conseguir que los ciudadanos crean en Europa con la poca dedicacion que tiene algunos eurodiputados. Los partidos deberian para las siguientes reelegir soloa los que trabajais intensamente y no a los que no saben donde colocar.
Un beso
MO
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