Belén Yuste y Sonia Rivas, que animaron el verano tapiego del año pasado con
una exposición encomiable sobre Madame Curie, preparan ahora el quinto
centenario de otra mujer de gran valor, Santa Teresa, que, a ciegas, merece ya
de mí un sentimiento de apoyo espontáneo.
En Oviedo mucho quiero la librería Santa Teresa que termina sus días.
Se va de su morada, que diría la santa abulense, sin que yo indague el porqué
de su nombre comercial pues siempre la conocí bajo ese rótulo que solo me
sugiere cotidianidad. ¡Cuánto han cambiado, no obstante, el mundo del libro y
de la lectura! Para bien y para muy mal.
He ido a despedirme, a abonar mis deudas económicas mientras dejo impagadas las
más imborrables, las sentimentales. Como creo mucho en los gestos, tal mi
última firma como Alcalde fue la contratación de un conjunto escultórico de
Antonio López, escogí de Santa Teresa la magnífica edición de Víctor Botas
completo, tan nuestro, aunque el poeta y Oviedo se ignorasen.
Alberto Polledo y Santa Teresa fueron un lujo. Él, andarín y escritor,
sabía como nadie la tarea orientadora y la elección del “Libro de la semana”,
en el que me hizo el inmerecido honor de colocarme en alguna ocasión.
"Juan Santana" ingresó en el IDEA con un discurso sobre los libreros
del viejo Oviedo. Julio Rojo tenía muy a gala su descendencia moral de la
Martínez, donde Clarín depositaba su artículo para la prensa madrileña. Un
momento estelar fue el almacén que la Ojanguren tenía en la calle Arzobispo
Guisasola, con un personaje insólito, que vestía gabardina y boina en plena
elaboración der su magnífico catálogo, Ricardo Cepeda, de alguna forma
heredado, al otro lado del mismo Campillín, por mi no menos admirado Valdés,
que nació paralelamente a la querida Vetusta, desaparecida en Gijón.
Presentando el último libro de Enrique Barón tuvimos ocasión de rememorar chez
Conchita Cervantes, al gran librero que fue Don Alfredo Quirós. ¿Y qué decir de
Josefina Rojo, la mujer de Martínez Cachero, en su diminuto establecimiento en
Dr.Casal, que mágicamente permitía encender su escaparate a capricho del
viandante noctámbulo?
Santa Teresa estuvo apoyada un tiempo, por una sucursal que Alberto abrió, en los
bajos de la Jirafa. La zona tuvo otros imanes librescos diversos. Benedet
superaba la papelería con su galería, en cuya trastienda conocí la figura
discreta del gran Nicanor Piñole, y una oferta caótica de libros de arte y de
esoterismo, con la noticia de que en París había un genio ovetense llamado Luis
Fernández, que, desde algún rincón del cielo, nos ha traído al nuevo Director
del Museo de Bellas Artes, su estudioso definitivo.
Al otro lado de la Jirafa estuvo efímeramente Atenas, con Rafael, un librero de calidad. La esposa de Rafa
mantiene con coraje admirable “Covadonga” en los aledaños naranquinos. Al
comienzo de Palacio Valdés, nombre sagrado de la pléyade de la bien novelada,
tengo el vago recuerdo de la Galán, en medio de otro caos de manoseados libros
de lance y tebeos.
No conocí la de Manolo Lombardero, en donde la actual Rívoli, establecimiento
que consolidó un oficio aprendido en Cervantes, junto a sus íntimos los
escritores Taibo I y Ángel González, práctica y eficacia que le convertirían
luego en un referente nacional desde Barcelona en la edición y las ventas. En
la misma mano de Uría, precisamente en el 5, mediados los sesenta, Toto
Castañón y yo mismo quisimos abrir “Ugarit, libros y arte” que cuajaría, sin
librería y sin mí, solo con mi amigo, en Galería Tassili, lugar maravilloso que
Oviedo, como pasa ahora con Vértice, no debería olvidar, pues por sus venas
pasó la mejor sangre coloreada de nuestra contemporaneidad. Bien recuerdo las
chácharas, en el centro de la sala, con Navascués, Jaime Herrero, Emilio Vigil,
Miguel Orejas, Tito Miaja, Amparo Cores, Alejandro Mieres, Rubio Camín, Goico
Aguirre, Elías Benavides, Dionisio Blanco, Ibarrola, Bartolomé, Rubén Suárez,
Don Pedro Caravia, Arce, Úrculo, Vaquero, Lombardía, Bernardo Sanjurjo, Villa
Pastur, Orlando Pelayo…
Apenas valió aquella mi firma con Antonio López, pues Oviedo se convirtió
enseguida en el horror de la escultura urbana; las despedidas de Alberto
Polledo o de los Hernando solo me dejarán dolor. Me queda seguir mirando con
esperanza hacia lo que siembran todavía la citada Conchita, María
Jesús, prima de Alberto, realmente mi librera de cabecera, Luis, en Maribel y
familia, Valdés, el tadem Chema Castañón/José Luis Álvarez de la gijonesa
Paradiso, los Rojo de Ojanguren, La,o Las, Palma…y me gustaría hacerlo para
más sitios, confesando que no desdeño la FNAC, El Corte Inglés y los grandes
almacenes, o el Círculo, a cuyas ediciones de Obras Completas tan enganchado
estoy, pero mi cultura no es nada sin el librero/a, sin Alberto y
los demás. Europa es quizá demasiado fría para comprender estas adhesiones
incondicionales a un oficio en extinción, que me gustaría resistiese. Algo
queda en esta Bruselas, en París, en Amsterdam, en Madrid, en Lisboa...pero,
por ejemplo, los clásicos fabulosos de Barcelona o Milán ya han echado persiana
definitiva también.
Margarita Duras en su famoso guión con Resnais evocaba la mayor tragedia nipona
de la Humanidad, mezclándola con un grito de amor carnal.
3 comentarios:
Muy amena e interesante tu viaje por las librerías ovetenses. Y gracias por la cita. ¡Siento que cierre Santa Teresa! Un abrazo, Manolo
Emocionante.Se aprecia al gran lector junto al magnífico escritor.Te felicito
Bien.No has tenido en cuenta que Ojanguren de la Plaza cierra por ruina,real o supuesta,del edificio
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