El proceso en que está
incursa Christine Lagarde, Directora del FMI, tiene varias, y complejas,
dimensiones.
La primera es que su
puesto parece maldito tras las abruptas salidas de sus predecesores, Dominique
Strauss-Kahn y Rodrigo Rato, condenados para siempre por la opinión pública por
sus personales inmoralidades de naturaleza diversa.
En segundo lugar, el
caso Lagarde es infinitamente menos susceptible de maniqueísmo y, de momento,
mucho más resistente. En su antiguo puesto de ministra francesa de Finanzas
autorizó, contra el dictamen de sus funcionarios, a resolver un conflicto de la
Administración contra los esposos Tapie, amigos y apoyos del Presidente
Sarkozy, por la vía de arbitraje privado, en el que, además de su improcedencia
había vicios de parcialidad en dos de los tres árbitros y, nuevamente contra la
opinión funcionarial, no se recurrió el laudo de 403 millones de euros.
El procedimiento
llevaba sesteando largos años y Lagarde se apuntó recientemente un tanto tras
una declaración, al parecer esclarecedora, que duró veinticuatro horas y que la
dejó en situación de “testigo asistido”, situación procesal entre la imputación
y el archivo libre de la causa.
La tercera, que la
Administración francesa no ceja en la recuperación de fondos pagados
hipotéticamente de forma indebida, sean cuáles fueran las personalidades de los
incursos y sus altas responsabilidades.
Lagarde es una técnica
muy cualificada que goza de gran prestigio en medios económicos
internacionales, aunque algunas decisiones son motivo de controversia y ella
misma se está distanciando de aquellas recomendaciones de austericidio que
tanto han generado depresión económica en la zona euro y en las que fue
culpable como el que más.
Ha confesado de forma
ejemplar que nunca habría obrado, en el affaire Tapie, como lo hizo de contar
con datos que tuvo luego. La cuestión, no obstante, es si protege la
recomendación que le hizo el Presidente y por qué, persona tan perita, se
desvió descaradamente de la senda de los funcionarios de la Hacienda Pública.
Se cuenta que Sarkozy
le tenía poco aprecio hasta que un día, en las deliberaciones del G-20, se
percató del respeto que los americanos, incluido Obama, tenían por su
colaboradora, que había ejercido en un gran despacho de abogados de la
neoyorquina Madison Avenue, donde tienen sede las mejores firmas.
Lagarde es elegante
donde las haya. Nada que ver con las curselerías de otras damas de hierro, tal
la Thatcher, recientemente fallecida, o la centella naranja de la Merkel.
Tiene porte
aristocrático “decontracté” - dicen hogaño en su lengua- que da tono de leve
acento neutralizador a tanta medida enérgica. No precisaría estar en las listas
de corruptelas de la cutre Gürtel para acceder con porte natural a pañuelos y
bolsos de marca. Desde mi provincianismo, el personaje recuerda “Monólogo de la
mujer fría”, de Manuel Halcón, novela hoy apenas leída pero que a mí me sigue
interesando.
Los jueces, su antiguo
ministerio, con titular de otro partido, y el FMI parece que le mantienen la
confianza. Por encima de su gran traspié y debilidades cometidas en sus
primeros tiempos de ministra, lo que nos interesa a los sufridos ciudadanos
afectados de las decisiones del Fondo, de la Troika y demás, es que la economía
de una vez se estabilice en la recuperación.
1 comentario:
Sí y recuperar la confianza en nosotros mismos, eso es lo importante. Para ello es necesario que no sólo estén en la cárcel porque han robado o colaborado necesariamente para que se robe, sino que retornen lo robado. El estilo decontracté, sólo la nobleza y la burguesía saben hacerlo. Llevan años teniéndolo muy estudiando y ensayado, digo años, siglos es lo que llevan decontractados y siglos llevan engañándonos.
S
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