Mi gran amigo, Jesús Arango, en una intervención estelar en la ovetense Casa
del Pueblo, contó la anécdota ejemplarizante de una ministra nórdica que, en un
supermercado, al carecer de efectivo en el momento de pasar ante la cajera, usó
la tarjeta de crédito oficial y al día siguiente ingresó en las arcas públicas
la cantidad utilizada. El primer ministro destituyó fulminantemente a la
ministra.
El caso se conoce, en los pasillos bruselenses, como Toblerone pues esas
chocolatinas eran uno de los productos adquiridos tan abruptamente. No había
sanción penal por alcance pero resultaba inadmisible en el recto proceder que
se exige en Suecia, y que debería serlo en toda la piel europea. ¿A nadie le
sugieren algo los sucedidos de Chipre y de los sobres de Bárcenas?
Siendo chaval, mi padre, nos exigió a mi hermano y a mí, que ya apuntaba
interés por la política, que viéramos la película El Presidente, protagonizada
por Jean Gabin. Debíamos seguirla como si fuera una clase. La trama del guión
es fabulosa y aleccionadora, mejor que la novela originaria de George Simenon.
En ambos relatos el Presidente del Consejo de Ministros diseña una devaluación
del franco. Su ayudante, Chalamont, está en antecedentes y, a través de su
suegro, con la información privilegiada, lleva a efecto en Suiza una operación
especulativa, que además de lucrarle, perjudica a Francia. En una escena
sensacional, Gabin hace escribir a su colaborador una carta reconociendo los
hechos pero que no utiliza; simplemente el protagonista dimite autorresponsabilizándose.
Años más tarde el colaborador infiel se hace jefe del partido y tiene la
posibilidad de que el Presidente de la República le encargue la formación de
gobierno. El anciano ex Presidente quema entonces la carta de Chalamont pero
espera que su antiguo discípulo venga a pedirle consejo. En efecto lo
hace. No sabe que la carta ha sido pasto de las llamas. Pregunta a su
antiguo jefe si piensa que él mismo es el más preparado de todos los
candidatos. Gabin contesta afirmativamente. La segunda pregunta, consecuencia
de la anterior, es si debe entonces aceptar la Presidencia del Consejo de
Ministros. Gabin le dice que no, pues ha sido un traidor y un corrupto.
Chalamont queda perplejo y renuncia a encabezar el gobierno a la mañana siguiente.
Hollande acaba de cesar a un ministro que tuvo una cuenta en Suiza hace años;
Felipe González destituyó a un ministro de Agricultura con viejas
irregularidades financieras privadas. Y así debe ser, como muy bien razonó
Arango sobre la ministra nórdica.
4 comentarios:
Añadiría el asco que me producen los motivos de declaración judicial de ayer mismo de Sánz y sus dietas de Caja Navarra,y de Baltar,en Ourense,junto a tantos otros de todo el espectro político.
Masip
Bien contada y mejor explicada la magnifica lección de transparencia y honradez publica y privada. Saludos F
No te olvides nunca de Roldàn aunque no encajé su mal ejemplo en el razonamiento del artïculo centrado en asunto bien traído .HH
Me dice mi amigo Jorge Sangrador, a la sazón, vicario general de la diócesis, que te diga que piensa como tu padre, todo político debe ver "El Presidente", y que cree que la película ffes mejor que la novela, que adquirió recientemente por 9€ en una librería de viejo de Madrid.
Encargo cumplido
Publicar un comentario