Aquí, Bruselas
Ha desaparecido un gran islote llamado Sandy en los mapas más
detallistas. A este topónimo de nuestras antípodas no le sucedió como a Riaño,
el pueblo leonés sepultado por las aguas del pantano, ni a la Atlántida,
enterrada en el mito literario, que tanto propaló Platón.
Sandy era una isla de Oceanía que salía en cartas
marinas y hasta en la precisa Google Earth, pero fue solo mera ilusión virtual,
esfumada luego cuando unos aventureros quisieron realmente poner el pie
colonizador sobre su piel, inexplicablemente aparecida y desaparecida, pintada
y despintada, como los ángeles bíblicos y los espejismos. El escritor francés
Jean Cau, taurófilo, habla de un matador legendario llamado Frasquito del que
varios limpiabotas sevillanos le aseguraban haber sido su mozo de estoques pero
que probablemente no haya existido.
Hace semanas hubo el revival de una película que
se proyectó en el entrañable Cine Ayala, "El hombre que nunca existió",
una magnífica leyenda/realidad, denominada en clave "carne picada",
de un supuesto aviador que la Royal Navy hizo caer sobre las costas onubenses
con documentación, destinada a despistar a los espías alemanes, sobre el
desembarco, en preparación, de Sicilia, que haría pensar en Cerdeña y Balcanes.
El guión era apasionante y aleccionador en la España de entonces. Retuve de
aquella que el cadáver del que la Marina británica se había servido era
el de un joven fallecido de pulmonía días antes en St. Barts, el hospital
londinense, en que Eloina, mi mujer, médica, hizo prácticas de resonancia
nuclear magnética, y que también sale con Sherlock Holmes. Cuando el
protagonista, un soberbio personaje, circunspecto, da las gracias, en nombre de
Su Majestad, por la cesión del cuerpo del "Hombre que nunca existió",
recibe del entristecido padre una lacónica respuesta, que durante años me resultó
enigmática e inolvidable: "No me agradezca nada: somos escoceses". Ni
siquiera esta referencia del texto narrativo es cierta, pues parece que se trató de un solitario vagabundo
galés.
En los ascensores de Brubru/Estrasburgo, en los
que siempre obtengo información nada desdeñable, David Martin, mi buen amigo escocés,
me refiere, lo mismo que me había dicho Ed McMillan Scott, sobrino-nieto de
Lawrence de Arabia, que lo más probable es que Escocia no vote por la secesión,
en la convocatoria de 2014,pero siempre existe el riesgo.
Los referéndums están cargados por el diablo como ocurrió,
contra pronóstico, al gran De Gaulle o al miserable Pinochet. Un joven del que
mucho me fío me concluye seguro,"si hay referéndum es porque a los
ingleses les importa un bledo Escocia", algo de eso sucedió también con la
separación entre Eslovaquia y Chequia, que aún no estaban, ni Bratislava ni
Praga, en la UE.
Ojalá que la sombra de la secesión catalana se
haya difuminado, más si cupiese que Sandy o Riaño o "carne picada"
aunque el único eurodiputado convergente, de Mas, -pues hay otro, de Durán, que
no quiere seguir a su colega en sus constantes exabruptos-, permanece según él
mismo me dice, mientras no recuerdo si subíamos o bajábamos, más animado que
nunca "en la consulta soberanista"
En "La Vanguardia", que tan buen
producto periodístico era, antes del actual vergonzoso control censor de la
Generalitat, se ha colado, no obstante, la avocación de Joan Sales, un
intelectual republicano y del que, autor de Incerta glòria, reproducen dos
citas; impactantes, viniendo de un escritor nacionalista moderado:
-"Desde hace 500 años, los catalanes hemos
sido unos imbéciles.¿Se trata, pues, de dejar de ser catalanes? No, sino de
dejar de ser imbéciles"
-"Es deplorable que nuestros estados de ánimo
dependan tan estrechamente de algo que, como el hígado, es bueno como máximo
para hacerlo con cebolla de cerdo"
1 comentario:
Muy buenas las dos referencias finales a Cataluña
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