jueves, 1 de noviembre de 2012

Apoteosis

CARMEN GÓMEZ OJEA El Jarama es un río muy literario: título de una gran novela de belleza brutal y tenebrosa que se desarrolla durante las horas de un domingo en un pueblo bañado por sus aguas en las que tendrá lugar la tragedia que entre líneas se anuncia y presiente como una sombra maligna del fátum inevitable, cuando muere ahogada Luci, una de las chicas del coro de los agonistas madrileños, contrapunto del que forman los lugareños, porque en el relato no hay protagonismo ni antagonismo singular de ninguno de los numerosos personajes de la historia; y su valle, valle de sangre y de lágrimas, es el escenario de una batalla que se cuenta en prosa y en los versos de la canción de los combatientes de la Brigada Quince del Batallón Lincoln, dedicada a sus camaradas que cayeron luchando por la defensa de Madrid, y ahora el Jarama vuelve a ser muy traído y llevado oralmente y por escrito con motivo de la apoteosis fúnebre de Santiago Carrillo en Gijón, su villa natal, de la que es hijo predilecto. Apoteosis significa marcha, apartamiento, irse lejos, desaparecer y, por extensión, también morir, pues no hay nadie más apartado, inalcanzable o lejano que un muerto. Sin embargo, los «de cuius» notables y sobresalientes en su apoteosis eran deificados, transformados en dioses, objetos de culto de latría o excelente veneración por parte del lloroso pueblo que los despedía. Así, una de las apoteosis más solemnes y grandiosamente extravagantes fue la de Marat, a quien los parisinos, que lo consideraban su amigo y protector, le dijeron adiós en su vuelo al cielo particular de delicias que, según ellos, se merecía, rezándole letanías como «O, cor Maratis, miserere nobis». Pero también había gente que lo aborrecía y estaba muy agradecida a Marie -Anne- Charlotte Corday porque lo hubiera matado de una cuchillada, tan precisa y certera que los médicos que certificaron su apoteosis o salida precipitada de este mundo consideraron que la joven normanda o sabía mucho de anatomía o había hecho prácticas con un maestro carnicero.

En el caso de Carrillo hay muchas personas que lo estiman con pasión y otras que lo aborrecen acusándolo de ser uno de los principales responsables de las matanzas en Paracuellos de Jarama, donde hubo asesinatos de presos de una forma del todo ultrajante para quienes peleaban en la barricada izquierda, haciendo la revolución y no sólo la guerra. Sin embargo, resulta muy fantástico que a un veinteañero, ex socialista, trasmutado en comunista, con lo que ello implicaba en el aparato burocrático del PCE de poca limpieza de sangre o antecedentes políticos manchados que lo hacían, por tanto, espécimen en principio sospechoso y sometido, en consecuencia, a observación escrupulosa por parte de sus nuevos tovariches o compañeros estalinistas, por muy traspuesto de admiración y entusiasmo que hubiera vuelto de su viaje a Moscú se le diera la facultad para poder hacer y deshacer por su cuenta, lo que no implica que desconociese lo que les ocurría a esos desdichados prisioneros hasta que el delegado especial de prisiones, el anarquista Melchor Rodríguez, tras dificultades, obstáculos y con peligro de su vida, consiguió por fin acabar con esos crímenes, con el régimen de terror de las cárceles y con los asaltos de grupos armados que entraban en ellas a linchar cautivos. Naturalmente «el ángel rojo», como lo apodaban, fue calumniado, sufrió insultos y amenazas de muerte. Lo tildaron de fascista, de reaccionario por afirmar que se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas, y de traidor indecente y vendido. Y luego, como esperaba y quería, los vencedores no le dieron medallas ni las gracias. Lo detuvieron, lo juzgaron y lo condenaron a veinte años y un día. Después, cuando le concedieron la libertad provisional, siguió con su hiperactividad libertaria como militante de la CNT clandestina, lo que pagó varias veces con nuevas estancias en una celda carcelaria. En su apoteosis acudieron a despedirlo, cantándole «A las barricadas», compañeros anarquistas, falangistas hedillistas y gente que estaba viva porque él se había enfrentado gallardamente a quienes les buscaban la muerte.

Y hablando del Jarama y aprovechando que el venerable padre Piles de Jovellanos, convertido en aprendiz de río, pasa por Gijón y desemboca en ese pedazo de océano, que es la mar de la villa, resulta pertinente recordar que a esas aguas atlánticas fueron arrojadas las cenizas de Santiago Carrillo, de quien no se sabe si pisó mucho el arenal de San Lorenzo y fue un playu que se bañaba en esa playa, dado que se trasladó de niño a Madrid, y que el sumergimiento de esos sus restos tuvo lugar a veintiocho días andados de este octubre de 2012, último domingo del mes y festividad de la Santa Virgen Anastasia, un nombre muy querido por las madres pertenecientes a la iglesia ortodoxa para ponérselo a sus primogénitas. Significa la que se alza, se levanta, se pone en pie, resucita. No es posible que a él le suceda eso de momento, porque, a pesar de que muchos son los operarios estajanovistas para que suene la hora del fin de este planeta, todavía no parece que vaya a oscurecerse el sol ni la luna a perder su brillo ni tampoco que las estrellas comiencen a caer como moscas drosophilas en el Petrus, no en el Don Simón, pues son excelentes enófilas, ni que se produzca una general anastasis o resurrección de los muertos. Así que dejemos a los difuntos en paz, que los perturbarán los vivos que estos días visitan los cementerios con siemprevivas y crisantemos, y algunos con viandas para tomárselas, tras limpiar y adornar floralmente los enterramientos, sentados muy risueños en las losas de las tumbas, como buenas gentes del calcolítico merendando en un dolmen, si es que las brumas y la lluvia del 2 de noviembre, que en el calendario revolucionario francés se dedicó al ruiponce, colinabo o rapónchigo en español y rapunzel en alemán, como se llama la princesa de ese cuento terrible con mil grados de lectura, no impiden la fiesta.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Carta a la Directora de La Nueva España

Q. directora:

No suelo amanecer los jueves en casa, pues es día de viaje hacia aquí,sin embargo hoy acabo de tener el placer de desayunar sobre el otoño soleado del Campo San Francisco leyendo La Nueva España.Y en el periódico me encuentro con una de las mejores piezas literario-periodísticas jamás publicada ahí,"Apoteosis" de Carmen Gómez Ojea, a la que llevaba tiempo sin leer.Mucho se ha escrito sobre Carrillo estas semanas pero creo que esto es lo mejor,lo más sugerente,lo que te traslada,con un español tan elevado, a campos no tratados o maltratados. Deberîas presentar el artículo a algún premio.

Masip

Anónimo dijo...

Tu oportunidad y buen juicio no dejan de sorprenderme

Gerardo

Anónimo dijo...

Tu oportunidad y buen juicio no dejan de sorprenderme

Gerardo

Anónimo dijo...

Sî.Muy bueno.Vi

Anónimo dijo...

La obra de Gómez Ojea parece interesantísima.No la conocía.Joseph

Anónimo dijo...

De cenizas  
FRANCISCO GARCÍA Si verter cenizas al mar está prohibido, la familia de Santiago Carrillo incumplió la normativa vigente. Ocurre que la incineración -más barata que la inhumación- empieza a ser más frecuente, como con frecuencia sucede que el cumplimiento de las últimas voluntades del finado incluya una suerte de rito panteísta que obliga a los deudos a esparcir las cenizas mortuorias en lugares insospechados. El Ayuntamiento de Almonte se vio obligado a prohibir tal acción en las marismas del Rocío, para evitar un problema de salubridad. En Gijón es vox populi que se lanzan cenizas al mar, aunque a escondidas. Cada vez que se limpian los fondos del Puerto Deportivo, entre multitud de cachivaches y residuos aparecen urnas de la necrópolis submarina del Cantábrico.