Las pistas del aeropuerto holandés de Schiphol están por debajo del
nivel del mar. Los altímetros enloquecen en esas circunstancias. Pasó también
en los diques de New Orleans cuando el Katrina. Lo más extraño es que, coincidiendo
con el descubrimiento de una bomba de media tonelada, sin explosionar desde la
Segunda Guerra Mundial, el control aéreo sospechó que un Airbus de la española
Vueling había sido secuestrado al sobrevolar Schiphol/Amsterdam.
Emergencias a tope pero luego nada. No como las tribulaciones de
Rynair, a la que el Comisario de Transportes, Kallas, debería controlar más,
por esa desvergonzada restricción de combustible. Sin olvidar tampoco por las
autoridades patrias las denuncias de equipaje que ejemplarmente tramita la OMIC
de Castrillón.
El cielo europeo se pone nervioso con cierta frecuencia. Bien lo experimenté
con la erupción del volcán islandés.
En cualquier caso, las bombas son triste recuerdo de pretéritas
violencias bélicas y terroristas.
Encomiable la tarea contra las minas-antipersona del jesuita gijonés
Don Enrique Figaredo, obispo en las antípodas casi.
En mi primera semana escolar en los Dominicos, sería 1954, a un
trapero le explotó una en el Campillín. La masa encefálica de aquel infortunado
irrumpió volando en el patio de recreo como si hubiera rebotado en la pared del
frontón. No recuerdo tanto aquel resto humano como la sorpresa de nuestros
preceptores por la frialdad de un compañero testigo próximo del hecho. Siempre
me acuerdo en el hoy parque urbano hermoso, en adjetivo del inolvidable Tolivar
Faes, y en su Paseo de Antonio García Oliveros, antes terrible y devastada zona
bélica, desde donde Vaquero Palacios pintó su desgarrador cuadro de Oviedo en
llamas, hoy pieza de referencia en el Museo de Bellas Artes.
En este mismo blog he citado la magnífica entrevista memorialista, en La Nueva España hace semanas, al gran escultor Fernando Alba, que recuerda
la trágica muerte, en Francia, del poeta Victor Garsaball, mientras manipulaba
un explosivo. De la ficción bien retuve el caso de una mina perdida que explota
en "Los caballitos de Tarquinia" de la Duras.
¿Cómo pudo mantenerse, quieta y amenazante, una bomba de semejante
tamaño setenta años en Amsterdam, la parte más densificada de Europa? ¿Cómo aún
saltan, en trizas, mutilados, los cuerpos de niños en Camboya, Vietnam, Laos y
otras fronteras lejanas y no tan lejanas, sembradas de minas y miserias, como
denuncia Monseñor Figaredo? Es la del carismático jesuita asturcamboyano una
causa que seguimos de cerca en el Parlamento y que pone el ojo en prácticas que
cuentan con prohibiciones demasiado tímidas. Ahora más que nunca debemos ser
consecuentes con el Premio Nobel de la Paz a la UE.
Toda guerra es cosa del Diablo, que diría nuestro Casona; personaje
este de Satán sobre el que filosofó, tan indulgente, Giovanni Papini y lanzó al
estrellato Goethe como Mefisto/Mefistófeles o, en su vertiente sectaria, el
inquietante Roman Polanski de Rosemary's Baby.
La maldad que afecta a la infancia es más perversa aún si cabe. El
incidente de Schiphol una broma al lado del auténtico terror que haberlo, haylo.
2 comentarios:
Un abrazo desde Pekín.
Emilio.
Muchas gracias por la mención a la OMIC Castrillón, espero que sirva para mejorar la atención de todos
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