
Hace años convoqué a mi despacho bruselense a Javier Moreno, entonces
representante de El Musel en Bruselas-Rotterdam, con el que mantuve una
productiva y bonísima relación. Mi pretensión de aquella mañana era sondear la
incorporación de los cruceros, además de la Autopista del Mar, que
ya vislumbrábamos, a las ofertas del puerto gijonés. Supe de aquélla que las
iniciativas de viajeros se orientarían hacia Avilés, donde el gran impacto del
Niemeyer se intuía imparable. Ahora leo que un consignatario hace justicia a
Manolo Ponga, que propugnaba para su puerto esos cruceros en los que yo soñaba
también.
Enseguida, me acordé también de una antigua reunión de Cadasa en que Manolo
planteó que la ría de Avilés debería discurrir limpia en menos de 20 años.
Sería en 1983 y a mí, que había conocido el baño en San Balandrán y la pesca
infantil de panchos, me pareció una idea maravillosa pero utópica. Manolo, sin
embargo, había vivido junto al Támesis de Dickens, y se pronunciaba con la
seguridad de quien tiene fuertes convicciones, que, desde entonces, seguí
silenciosamente pero muy de cerca, lo mismo que con Santiago y Pilar, sus
sucesores.
Avilés como puerto limpio y cultural, además del necesario trabajo vocacional
y fabril, es una esperanza para la actividad y la innovación europeas y bien me
gustaría fuese un firme objetivo de mi querido pariente Raimundo Abando, al
frente de la Autoridad Portuaria,
por encima de todas las sombras y polémicas que tanto han dolido en el mismo
ser de una Asturias que despuntaba. Lamento, en cualquier caso, que a presión
de CiU, en 1996, el Gobierno Aznar cedió los nombramientos de las Autoridades
de Puertos del Estado, que hoy se ve como auténtico atraso descoordinador.
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