Tenía que ocurrirme.
No puedo pasar sin experimentar en carne propia todas las emociones que el increíblemente riesgoso oficio de diputado,en esta Brubru, que llamaba Cabrera Infante, me puede deparar.
Esta vez, enésima quizá, fue en uno de los ascensores que no suelo tomar porque no es de los mejores para entrar con mi moto eléctrica.
Tampoco el desplazamiento ni el trayecto, por los que había optado, sin embargo, eran imprescindibles pues suelo administrar mis movimientos reduciéndolos al mínimo posible.Pablo Sánchez me había confundido de día, en la agenda, con una convocatoria sobre "Asentamiento de refugiados" de mi buen amigo el portugués Tavarès.Era, así, un desplazamiento inútil que no debía producirse.Pero estaba escrito en el Gran Libro del Destino y lo que me tenía que suceder me sucedió inexorablemente.Era preciso, eso sí, para seguir deshojando las siete vidas gatunas con las que también nacemos algunos humanos que somos sietemesinos de calendas anteriores a las incubadoras.
En el ascensor, apenas me había fijado que, a mi espalda-el plural, de espaldas, se emplea impropiamente desde la hagiografía de José Calvo Sotelo,el "protomártir"
guerra civilista, que había alardeado de Anchura-estaban Miguel Ángel Martínez, compañero y vicepresidente del Parlamento, Javier Gallego, su fiel colaborador, manchego militante, encantador como él,e Iva Zanicchi,exuberante, todo un personaje por su triple triunfo en el Festival de San Remo, con su pose elegante, estúpidamente berlusconiana...
Ya casi habíamos llegado al hogareño piso onceno cuando el ascensor tuvo un bache con caída libre como esos golpes quea veces, cogido en un rayo o en una corriente de aire horizontal, tienes en avión.Hubo algun gritio, también tal cabina de avión venteado.
Como pude constatar luego, bajamos en una exalación o santiamén tres pisos y casi medio mientras con una inmensa conflagración se desplegó inaudito e invisible paracaidas.
El trueno liberador, que no lo parecía primeramente, sino el obús de un atentado, se sintió en las paredes y un poco en el mismo techo, tal si fuera un rebote de billar o de padel.
Sentado en mi vehículo, mi mente ya había pensado dar un voluntarista saltito levantando el culo en el momento que llegásemos al suelo, bien a sabiendas de la dificultad de apoyar mi pierna mala, de lo que nos salvamos en un tris.La maniobra que mi mente planificaba,sin moto, la había pensado muchas veces, desde niño,porfiando que sería lo mejor en caso de desplome de cualquier ascensor, que siempre imaginé y temí.La circunstancia de la moto, no obstante, desbordaba lo atávicamente guardado para semejante ocasión en un rinconcito del alma.El saltito salió, porque tenía que salir, con el frenazo. Las pequeñas ruedas de la moto creo, aunque de rápido no estoy seguro, eran un aliciente para que el choque se amortiguase un tanto.
Mudos y estabilizados, entre el sexto y el séptimo pisos, fue cuando reparé, en el reflejo del espejo, de la presencia amiga de Javier y Miguel Ángel y la no menos notable de Iva.Alguien hizo sonar incesante la alarma; otro llamó por el móvil.El mío, sin batería.
Pensamos que la encerrona duraría poco pero los minutos fueron sucediéndose en sudor y angustia.La luz, que temí faltase, no se nos fue, lo que ayudaba a componer el ánimo, de lo que estoy cierto al hacer balance situacional posterior.
Hablamos, nos animamos y, pasada media hora o un pico más, me entraron ganas de orinar.Hacerlo en aquellas circunstancias no era fácil ni siquiera por los pantalones.Pedí disculpas, saqué una de las bolsas de mareo de avión, que siempre llevo, y de espaldas, esta vez vale el plural, miccioné dejando la bolsita en una esquina del "panier" de la moto,bien erguida como ya hago a menudo desde mi ictus, con impecable higiene y confortabilidad.Quizá alguno quiso pedirme otra bolsa pero no sucedió.A Iva le hubiera sido, pienso, harto complicado.
Miguel Ángel, curtido en mil batallas, templado ya desde los tiempos juveniles en que polemizaba con Indalecio Prieto,nos dijo que para esos casos lo mejor era cantar, insinuando que Iva podía hacerlo mejor que nadie.Pensé por un instante que Iva iba, en efecto, a deleitarnos con su otrora famosa Zero In Amore o cosa parecida pero ella no estaba,esa vez,para cánticos ni fraseos. Eso sí, habló atropelladamente con alguien narrándole la increíble situación que padecíamos. La insistencia en el cántico me recordó cómo en los orígenes del Hospital General de Asturias, en que los ascensores tardaban catorce segundos de piso a piso, a Don Vicente Galindo, un tertuliano de la operística "Los Puritanos"- en el cafetón ovetense Peñalba y luego Rialto-, le había dado un mal y el médico Jaime Buylla y yo lo condujimos al servicio de cardiología.Como quiera que el ascensor era tan desesperadamente lento,Galindo,apoyado en su bastón y en Jaime, dijo que se quería morir cantando Otello; sin pensarlo dos veces nos entonó su emotiva versión de "Mi potevi scagliar".En Brubru, por un momento, me pensé cuán distinta la situación de medio siglo antes en distinto ascensor y aún más diferente género musical, aunque sin salir del italianismo de Iva a Don Vicente o viceversa.
Enseguida,Miguel Ángel, entre su natural liderazgo y su manifiesto pancubanismo, se puso,entonces, a mostrarnos un pupurrí de boleros, con bastante gusto y el efecto cierto de que su seguridad en las notas nos relajaba.El cántico fue interrumpido,por fin, por la violenta apertura de la puerta en la parte alta de la caja que coincidía a ras de suelo de una de las plantas.No era fácil de subir ni de que nuestros cuerpos pudiesen evacuar.Todos lo estimábamos así cuando, inopinadamente, hubo un grito gangoso en español:"¡¡No te preocupes, Miguel, os vamos a rescatar!!".Yo reconocí la voz enseguida pero Javier, nuevo prácticamente en la plaza, dijo por lo bajini:"¡Cómo ponen al frente de los bomberos a un chiquillo!".Era Alejo Vidal Cuadra,colega de Miguel Ángel en la Mesa del Parlamento.
Por fin, un tiarrón de seguridad, con unas botas mayores que las del Gato del cuento,se deslizó dentro para ayudarnos a salir.Querían darme preferencia pero les dije que mejor no, pues tardaría algo más que el resto de los náufragos.El bombero me ofreció sus manos en forma de estribo, apoyé el pie bueno, sin zapato, y me tiró hacia arriba y hacia fuera mientras me cogían, al otro lado, otros dos por cada brazo.
Habían pasado dos horas veinte desde la suspensión en el cablecito de marras.
Javier e Iva ya habían salido y Miguel Ángel, mesándose la barba,terminó, victorioso el bolero:
¡Adoro la calle que nos conocimos!
Don Inda, que zarzuelero, apenas estaba en el intrínguilis de los boleros y muy escasamente de los ascensores, que no conoció la luz eléctrica hasta llegar a Bilbao, huyendo de Oviedo,no se dejó, en su día, conmover tanto como nosotros por nuestro Miguel Ángel.Por cierto,mi adorado y gran político,de la calle de la Magdalena, orgullo de nuestro paisanaje societario, cuando estuvo en los años cuarenta,en Nueva York, a consultas oftalmológicas, tuvo la prevención de omitir la innecesaria subida al Empire State Building.
No se fiaba de un ascensor que se elevaba más de cien pisos, aunque fuera en tres tramos, sin duda con cable paracaidas.
10 comentarios:
No leo hasta ahora el relato, Antonio, que está mejor para ser contado que vivido, aunque hay que vivirlo para contarlo. Muy bien! Abrazos,
Benjamín
Por dios, Antonio, si el ascensor es el del mismo hotel del atraco ¡búscate ya mismo una pensión en planta baja!
Como sigas así tus memorias van a tener más material que la Enciclopedia Británica.
Cuídate. Un fuerte abrazo,
Ana
Me temo que lo único que te queda es hacer como una ordenanza que tenemos en el Ayuntamiento que, cada vez que le toca ir a las oficinas del Principado en el calatrava, se atrinchera en la entrada y dice que o bajan a atenderla o se vuelve con los papeles, pero que ella no sube en ascensor...
no lo sabia , menos mal y vaya susto ,
Carlos RF
La de cosas que te pasan para poder tener mas historias para nietos, amigos , discípulos y correligionarios.
La vida en un hilo!
Me alegro del feliz final!!
Con nuestro cariño
Paloma, tu prima, y Jesus
Pero.Dime si es de verdad.Maricarmen.
Esta vez lo que cuentas ¿es de broma o cierto?.
¡Vaya con Bruselas¡, será cuestión de la crisis que se ahorran la revisión
de los ascensores.
Querido Antonio,
Genial tu relato que ya había leído. El momento en el que orinas y los otros miran para otro lado es sin duda mi favorito, jejeje
Un abrazo, Carlos
Ya tuve noticia del accidente a través de Miguel Ángel Martínez. Me alegro de que todo quedara en un susto.
un abrazo
MANUEL MEDINA
QUERIDO ANTONIO:ACABO DE LEER TU AVENTURA EN EL MONTACARGAS-ASCENSOR,QUE ME HA IMPRESIONADO Y QUE ,SIN DUDA DIFUNDIRAS COMO SE MERECE.AFORTUNADAMENTE TODO HA QUEDADO EN UNSUSTO MORROCOTUDO,PERO EN TU TIERRA,CON ESE PPERSONAJE INIGUALABLE QUE OS PRESIDE(Y ESPERO QUE "DE MOMENTO")ESTAIS HECHOS A TODO.
DALE UN ABRAZO MUY FUERTE A M.A.MARTINEZ.OTRO,ENTRAÑABLE,PARA TÍ
GERARDO
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