ENTREVISTA:
Eurodiputado y escritor. O escritor y
eurodiputado. Literatura y política se combinan desde siempre en él. Gracias a
las dos se recupera de un ictus y hace frente cada día a sus secuelas.
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OVIEDO
En los últimos años, Antonio Masip (Oviedo, 1946) ha pasado muchas horas
asomado a ventanas. A veces en la ciudad de la que fue alcalde, sobre el Campo
San Francisco, a veces sobre calles adoquinadas de Estrasburgo y Bruselas, pero
siempre con la cabeza puesta en libros. En los que lee y en los que escribe.
Ayer presentó el último, Con vistas al Naranco , que es íntimo porque describe
sus esfuerzos para dejar atrás las secuelas del ictus cerebral que cambió su
vida en 2006. La movilidad limitada no ha ralentizado su ritmo. Se le pasan las
horas entre su pasión política y su entrega literaria y, aunque se declara
devoto de Montaigne, cuesta imaginarlo a la manera del ensayista francés, lejos
del mundo y encerrado en una torre insonorizada con libros para mantener a raya
el barullo de la vida diaria. A veces, sin embargo, sí le gusta el retiro para
liberar la memoria según las enseñanzas de su otra gran admiración literaria
francesa, Marcel Proust.
¿Cómo ha cambiado Oviedo desde su juventud?
Mucho y para mejor, aunque a veces me pongo nostálgico de lo anterior.
Tengo desde mi casa una visión maravillosa, que cuento en el libro: el Campo San
Francisco y la cresta del Naranco. Esa imagen me embarga. Cambia según el
momento del año. Es una imagen idílica, ya sé que Oviedo es otra cosa.
¿Le gusta porque es precisamente lo que no cambia?
Afortunadamente. No se ha hecho el párking debajo del Campo. Ha sido una
victoria ciudadana extraordinaria. Matar más árboles de los muchos que ya han
muerto con las enfermedades del olmo y otras depredaciones sería un golpazo.
Nosotros hicimos parques, pero este es distinto. Es la historia de Oviedo hecha
árbol. Maravilloso.
¿Es el único lugar de la ciudad con el que se quedaría, si solo
pudiera elegir uno?
Es el lugar en el que estoy. Me siento delante de él, delante del Naranco,
y filosofo. Así me he recuperado, con la literatura y con las vistas. Pero me
quedaría con más cosas. La visión de la Catedral desde el paso de Santa Bárbara
es una maravilla. O lo que veían los peregrinos al llegar a La Manjoya y ver la
Catedral desde allí. O el Naranco, menos poblado que ahora, tal como lo veía
Clarín. No hace sombra a Oviedo. Nos impregna sin ensombrecernos. Y esas dos
maravillas de la humanidad, los monumentos del Naranco.
¿Cómo le nació ese interés por las raíces de su
ciudad?
Lo tuve siempre. Es muy importante ver cómo hemos llegado a ser lo que
somos. Con nuestras contradicciones, claro. Porque estoy hablando del pasado de
forma nostálgica, pero todo pasado tiene sus púas.
¿De dónde le viene?
Defiendo en mi libro el afán de soledad y lectura. Lo quiero para mí, para
mis hijos y para mis nietos. Y viene de mi padre, que era un escritor inédito.
Se dice mucho que he heredado de él el interés por el municipalismo y la vida
política. Es posible, aunque con otro régimen y otras ideas políticas. También
me inculcó honradez. Pero lo que más me legó fue interés por la literatura. Mi
padre leía muchísimo. Y por la literatura llegué a la memoria.
¿Cuál fue el camino?
Antes de que se muriese mi padre, ya había leído yo sus obras completas de
Valle-Inclán y Unamuno, de las que había arrancado las que estaban prohibidas en
el Índice de la Iglesia. Eso me impresionó mucho. Teníamos contradicciones en
nuestra cultura. También estaban las obras completas de Lorca. Y, de estudiante,
antes de empezar con los Dominicos, había leído a Proust.
Por el camino de Swann , de En busca del tiempo perdido . Los dominicos me
imbuyeron de amor por la cultura. Me dijeron que haber leído a Proust a los 15
años merecía una matrícula sin más. Eso me estimuló a seguir leyéndolo.
Así que acabó con un escritor obsesionado por reconstruir el pasado
como fue.
Y aún estoy con él. Tengo en el iPad En busca del tiempo perdido , en
francés, y lo leo en los aviones. Dice Francisco Ayala, al que conocí y admiré,
que la eternidad se consigue rememorando a los antepasados e imaginando a los
nietos.
Lee en un dispositivo electrónico. ¿Cómo combina la memoria con el
presente continuo de la tecnología?
Llevo en el iPad el Quijote, En busca del tiempo perdido, Fortunata y
Jacinta y algunas cosas más de Galdós. Y a Montaigne, que me interesa muchísimo.
Me acompañan mucho su soledad, sus pensamientos. A quienes hemos vivido una
recuperación en soledad, nos ayuda mucho ese tipo de autores que de su
sufrimiento sacan lecturas y escritura: Montaigne, otra vez Proust, Cela por
controvertido que sea. No se puede ser escritor sin haber leído a los
clásicos.
Ni sin haber vivido. Proust tuvo una vida social agitada en su juventud,
Montaigne se dedicó a la política municipal en Burdeos. ¿Le gusta esa
coincidencia? No me puedo comparar con los monstruos de la literatura y el
pensamiento, por supuesto. Pero son ejemplos y estímulos. Al leerlos, he
aprendido a escribir mejor, pero también a vivir ángulos de la vida que no había
imaginado. Porque los he estudiado a fondo. Con otros no he sido capaz. Joyce,
por ejemplo.
Siempre presente Proust, siempre presente la memoria, el
pasado.
Claro. En lo que escribo, voy dejando esa presencia. Me lo dijo Emilio
Alarcos, que ya lo adivinaba. Me regodeo en buscar detalles del tiempo
perdido.
Y en su caso, su apellido, su procedencia familiar, ¿le hacían
diferente en su juventud?
Siempre tuve ese marcaje. Nací con él y tuvo ventajas: la literatura, no
tener que luchar por ganarme la vida de forma inmediata. Mi padre fue alcalde,
iba a dos funciones diarias de teatro cuando visitaba Madrid y escribía. Así que
mamé los libros, el municipalismo y la política. Y la prensa. En 1956, con 10
años, hacía un periódico con mi hermano y otros dos niños. Se llamaba La gaviota
. Lo hacíamos en verano y mi padre lo pasaba a máquina. Ahí despuntaba mi
interés por la política.
En la intimidad, ¿eligió alguna vez entre la literatura y la
política?
Sí, siempre he estado en la política. Luego me he parado a hacer
reflexiones literarias. No me atrevía con la ficción y me hacían esa crítica.
Hasta los cuentos que publiqué justo antes de mi enfermedad. Me esforcé, pero
curiosamente tuvieron menos éxito. Y digo curiosamente porque sé que son mejores
que mis otros libros. Hacen más aportaciones.
Y en la política, ¿ha tomado alguna decisión convencido de que era
la mejor y los ciudadanos no la han comprendido?
Tomé una decisión, consensuada por los cuatro partidos del Ayuntamiento,
que fue un error total: derribar la estación del Vasco. Hubo gente de Oviedo que
me advirtió del error: el PCE, algunos intelectuales. No oí la voz del
ovetensismo y me confundí. Viendo la especulación del suelo y cómo ha quedado
todo, ahora pienso que habría sido mejor una rehabilitación. El político debe
escuchar más, escuchar mucho las críticas. Cuando gente muy solvente te dice
algo, empecinarse es un error.
No siempre se debe matar lo viejo para hacer sitio a lo
nuevo.
Cuando una ciudad tiene tanta historia debe incorporar su patrimonio
anterior y crecer en torno a él, respetándolo. Los artistas, desgraciadamente,
siempre han creído que el estilo bueno es el suyo y que hay que derribar los
precedentes. Yo creo que los vestigios son fenomenales.
¿Era otra política, la que hacía posible un acuerdo a cuatro bandas en un
asunto tan sensible, tan polémico?
No crea. Estuve ocho años como alcalde en minoría, con sufrimiento. En la
primera corporación, el CDS me hizo pasar las de Caín. En la segunda, el PP y el
CDS sumaban 15 concejales. Yo tenía que defenderme como podía. Me levantaba muy
temprano, llegaba al despacho a las ocho menos cuarto y encendía la luz. A veces
pensaba: ‘Todavía hay luz’. Porque veía encima la moción de censura.
¿Puede pasarle a Francisco Álvarez-Cascos, que gobierna ahora en
minoría?
No estoy siguiendo la política asturiana, ni la local, como debiera. Esta
segunda legislatura en Europa me ha atiborrado de temas. Me traigo trabajo los
fines de semana.
Destroza usted la imagen de la Eurocámara como retiro
dorado.
Eso es un mito, allí se trabaja mucho. Otra cosa es que la comunicación no
sea correcta. Todo el que me conoce sabe que tengo un carácter muy abierto, así
que ya conozco a todo el mundo. Quiero aprovechar las relaciones para enterarme
cuanto antes, por ejemplo, de la llegada a Gijón de las redes de comunicaciones
o para tener una información buena para defender a Arcelor. Pero también me toca
mojarme en temas que no tienen nada que ver con Asturias. Si no estoy al tanto
de eso, si no construyo Europa, no me tendrán en cuenta para lo que sí importa a
Asturias.
¿Es Bruselas un juego de intereses, como se dice con desprecio a
veces?
Yo creo que, siendo fiel al cauce de tu río, debes ensancharlo. Si no estás
legitimado por un trabajo europeo de verdad en todos los campos, no estarás
legitimado para defender a tu región cuando llegue el momento. Se trata de
mojarse por encima de las diferencias políticas de campanario. Y desde lejos
muchas me parecen una ridiculez.
¿Ha afectado la enfermedad a su actividad?
Tengo suerte de que la familia, mi mujer y mis hijos, me haya cuidado
mucho. A veces me han hiperprotegido. Lo valoro y lo estimo, porque cualquiera
necesita afecto cercano, pero al mismo tiempo pugno por mi autonomía. Voy todos
los lunes a Bruselas y vuelvo los jueves. Y allí me defiendo. Es verdad que no
hago vida social. Antes, cuando estaba Javier Solana y yo me encontraba bien,
nos llamábamos algún día para ir a tomar algo, muy de vez en vez. Ahora ya ni
eso. Mi vida allí es solo el Parlamento y cubrir mi soledad con la
literatura.
¿Es mejor terapia la literatura que la actividad
política?
Para mí, la literatura ha sido la mejor terapia. Leída o transmitida, pero
sobre todo leída. Al abrir la ventana en mi hotel de Estrasburgo vi durante
meses un anuncio: ‘Leo luego soy’. Es un lema cartesiano, muy francés. Me gusta.
Yo soy porque leo constantemente. Si pierdo la conexión a Internet, no se van
los libros. Me puede desesperar la falta de actualidad, pero nunca falta el
pasado.
¿Sigue con el mismo carácter o la experiencia de la enfermedad se
lo ha cambiado?
En la familia hay quien me dice que soy más agrio, más irascible. No sé, no
me veo irascible. Me noto muy humanizado. Si veo a alguien con una dificultad,
me siento muy solidario. Me integré en la lucha de los celiacos por el
etiquetado de los alimentos sin gluten. O la de los tartamudos, que están muy
limitados.
Un rincón de Oviedo para una postal
El Paso de Santa Bárbara.
Una vista de Asturias
La ría del Eo.
El mejor viaje
Uno muy reciente. A Cerdeña, con mi mujer.
Un olor de la infancia
El de la leche condensada. Decían que era inodora, pero estábamos deseando
tomarla.
El sabor de un helado
El de los helados calientes de nata de Los Italianos.
La playa perfecta
Virgen Gorda, en el Caribe.
El sendero favorito.
El antiguo pinar de Salinas, hoy destrozado por la contaminación.
Un libro para pensar
Los ‘Ensayos’ de Montaigne.
Un vino para una cita
El Blanco de Las Nieves que servían en la antigua Casa Tuto.
Su escritor favorito
Clarín, sin duda.
El primer recuerdo en un cine
El Gordo y el Flaco, en el cine de Salinas.
La mejor película
‘El Padrino (Parte II)’, de Coppola.
El año de su vida que repetiría
1972. Volví a Oviedo definitivamente y conocí a mi mujer.
Cómo toma el café
Tengo que confesar: descafeinado y sin azúcar ni edulcorantes.
Canción de juventud
Todo Jacques Brel.
Ventanilla o pasillo
Pasillo, siempre.
Madruga o trasnocha
Madrugo.
El último aparato que ha comprado
El i-Pad más moderno.
El mejor final feliz
Que el PSOE pueda ganar las elecciones del 20-N.
7 comentarios:
Recibido por mail q alguien puede entender:
Decisión que fuí madurando, y cuyo catalizador
fué tu libro
Enhorabuena por la entrevista, Antonio! Me ha gustado mucho. Un abrazo,
Benjamín
Buen articulo Antonio, grato placer leerte.
ub
Espléndida entrevista, Antonio!!!!
Enhorabuena y un fuerte abrazo
lsm
Antonio, disfruté la entrevista . Fue un acto clásico. La película que es tu favorita también es la que tengo yo come numero uno.
Con un fuerte abrazo a toda la familia Masip. Luisa y Joe
he entrado en tu blog y he leído varias cosas que desconocía y releído la entrevista que te hizo Raúl Álvarez para La Voz, donde dices que te gusta ver la Catedral desde el paso de Santa Bárbara. Creo que te gustará ver este dibujo de Isaac del Rivero, jr, para la adaptación al cómic de "La aldea perdida".
Enhorabuena por tu libro y por la entrevista en la Voz, magnífica. Intuíamos tus aficiones literarias, ahora ya las conocemos.Emilio
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