Mi compañero griego, con despacho al lado, en esta misma planta oncena del Parlamento, ha sido nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. Vino a despedirse, coincidiendo con la Cumbre que se reunió enfrente, a pocos metros: "Todos mis colegas me desearon, "good luck" pero ninguno de los veintiséis me felicitó", dijo con su proverbial sentido del humor y más aún de la responsabilidad asumida.
Es admirable su valor, decidido patrióticamente a echar el resto por su país.
He trabajado siete años con él y me consta que Papandreu y el pueblo griego cuentan con un Ministro de carisma y capacidad, un hombre hecho así mismo en Estados Unidos, como tantos compatriotas suyos, que estudió en Yale y trabajó denodadamente en un despacho de Washington. Desde que estoy aquí estuve con Stravos, codo con codo, especialmente en la Comisión de Libertades y en mi ponencia de asilo político. A su vez le he escuchado-y discutido- sobre la remuneración de artistas y creadores y me ilustró siempre con clarividencia sobre cuestiones de seguridad en la red y del derecho fundamental a la privacidad.
Su país está, una vez más, en huelga general. Stavros, con el corazón y la mente como nadie en la izquierda y la socialdemocracia, tiene un puesto muy duro a desempeñar. Es europeísta convencido que me iluminaba sobre la difícil situación griega en materia de financiación y que veía con simpatía mi alineamiento en favor de Chipre en el contencioso fronterizo turco.
Además de las penurias que por mucho tiempo va a sufrir su país, tiene que ser frustrante constatar que los liberalotes que causaron gran parte de los problemas y que llegaron a falsear la contabilidad nacional, con el maquillaje de grandes firmas de la City londinense, son los primeros en oponerse de forma radical y en obtener pingües réditos en las encuestas electorales, sin la mínima generosidad ni entrega por el país. Generosidad, brillantez y entrega que no le faltan a mi amigo en esta hora terrible de Grecia y de la comunidad europea e internacional.
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